Según elindependiente.com, en España hubo 3.145 suicidios en 2019. El dato revela una realidad terrible sobre la que no se actúa, y sobre la que apenas se habla o escribe. Ni en las cámaras de representación política, ni en los platós de televisión, ni en los estudios de radio se suele abordar este tema. Pero esta semana sí se ha tratado de manera tangencial. Y es desolador que haya sido porque el presidente del gobierno ha utilizado la tribuna del Senado para expresar su pesar por el suicidio, en prisión, de un terrorista de ETA. No para lamentar que más de 3.145 españoles pusieran fin a su vida durante el pasado año 2019. No para llorar porque, cada 26 días de media, se suicide un guardia civil en España. Tampoco para dolerse porque, ese mismo día, hubiese acabado con su vida otro preso ajeno al entorno etarra. En absoluto para abordar esa realidad silenciada a lo largo de décadas. Y de ninguna manera para anunciar un plan para prevenir el suicidio. Nada de eso. Utilizó la resonancia mediática que le confiere su cargo para mostrarse compungido porque el sistema penitenciario no evitó el suicidio del etarra. Por supuesto que nadie esperaba que Sánchez mostrase regocijo por la muerte. Pero nadie imaginaba, tampoco, que se pudiera atrever a condolerse públicamente. Bastaba con el desdén y el silencio. Solo tenía que mantener la boca cerrada, y ahorrarse el pésame. Porque la expresión pública de ese lamento equivale a ciscarse en la memoria de las víctimas. Pero el presidente prefirió contentar a los herederos de los etarras, a Bildu, a ese grupo filoterrorista que, cuando más lo necesita, le brinda apoyo parlamentario.

Como era de esperar, los radicales abertzales no tardaron en manifestar su alegría por contar, ahora, con un presidente que se muestra sensible ante sus demandas y anhelos. Por eso, ante esta nueva afrenta a las víctimas, hoy hay que recordar que, a diferencia del etarra que decidió suicidarse, las víctimas no tuvieron opciones. Él disfrutó del privilegio de poder elegir sobre su vida, y hasta sobre el día de su muerte. Ellos no. Y, aunque al presidente le apena que se quitase de en medio en una celda, a otros nos entristece saber que la muerte le libró de seguir padeciendo la privación de libertad. Porque no le deseábamos ni la vida, ni la muerte, sino el ostracismo de una condena perpetua. Los que pensamos así quizá no seamos tan ‘angelicales’ como Sánchez. Pero podemos seguir mirando, de frente, a las familias de las víctimas.