XNxo es que el Valle del Jerte sea un ejemplo de armonía en lo que a construcciones se refiere. La única línea común entre cualquier casa de las que hay a la salida de Plasencia y la que, sin solución de continuidad, cuelga con forma de barco de la ladera de Tornavacas es el caos. Bien es verdad que ni siquiera eso ha podido aplacar la poderosa belleza de ese valle feliz del millón de cerezos. Decía que, a primera vista, nos llamó la atención ese chalet con cúpula, pero esa sensación se intensificó cuando comprobamos, más adelante, que la bóveda estaba siendo cubierta con un manto vegetal que la convertía en una especie de casa emboscada. Lo que no parecía de ninguna manera es que aquella fuera la típica casa de la típica familia que quiere disfrutar de una segunda vivienda para sus fines de semana y sus vacaciones de verano. Y así era. Un cartel nos señala la entrada al EMAC, Espacio Morán de Arte Contemporáneo, donde estuvimos el sábado pasado con motivo de la exposición de Andrés Talavero, "El bosque de los 1.000 pájaros". En el tarjetón que la anunciaba se puede leer: "Una tarde de verano del 2003 una chispa de fuego y humo recorrió los bosques de Las Hurdes calcinándolo todo. Un año después aquel bosque frondoso es similar a un horrible enjambre de lanzas quebradas en el suelo. Ahora, miles de pájaros acarician estas ramas muertas como yemas de brotes frescos". Troncos quemados de grandes dimensiones y pequeños pájaros de barro componen la instalación que el artista de Casar ha ideado para el Espacio Morán. Bajo la claraboya, en medio de la sala, arden ante nuestros ojos los restos del incendio, una sensación que intensifica una tela roja cubierta de ceniza. El conjunto tiene aspecto de nido. No es fácil explicar con palabras lo que está hecho para que éstas no sean necesarias. Fuera, unas cuantas "lanzas" clavadas en el suelo con solitarios pájaros en lo alto. Más allá, una pieza no menos llamativa. La más delicada acaso. Una mesa de hierro envejecida por la herrumbre en una de cuyas esquinas se ha posado uno de los pájaros.

No he dicho antes que en la cúpula se abren grandes ventanales que al tiempo que dejan pasar la luz permiten contemplar unas vistas magníficas del paisaje. Ahora, en primavera, de una exuberancia llamativa para el más recalcitrante de los urbanitas. Al fondo, el río. Por culpa del pantano, un río que tiene en realidad modos de ría. Una ría que se interna desde un remoto mar de sueño y lejos.

Pretende Morán, el atípico galerista de esta sala rural, que en las exposiciones del EMAC entren en diálogo la obra de los artistas y la naturaleza circundante. Desde luego, ningún sitio mejor para ese experimento: land art en sí mismo. En el caso de Talavero esta conversación logra de sobra ese apasionante intercambio. Es falso que la naturaleza ya no exista o, si se prefiere, que no esté en disposición de ser motivo de inspiración o materia del arte, ya sea pictórico, escultórico, cinematográfico o literario. En Extremadura, y no digamos ya en el Valle del Jerte, esta afirmación resulta obvia.

Quiere Talavero que sus reflexiones sobre los pájaros y los incendios, sobre la muerte y la vida, vayan a los lugares del desastre. Que a falta de salas tan adecuadas como ésta, se instalen en almacenes abandonados o cooperativas, fuera de los sagrados lugares del arte. No puedo por menos que congratularme de la exposición de Talavero y de la valentía de Morán. Si ya es difícil que la gente entre en las galerías de las ciudades, no digamos en las del campo. Su idea merecería los apoyos que al parecer no tiene. Ya se sabe que por estas tierras siguen siendo imprescindible las ayudas oficiales. ¿O hay alguna empresa privada dispuesta a tirarse al monte? Una maderera, por ejemplo.

*Escritor