TVtiajabas antes en autobús y el humo de los cigarros envolvía el cubículo como si fuera un chozo de pastores en invierno, pero oliendo peor. Antes, en lo remoto de los tiempos infantiles, teníamos el auxilio de las ventanillas, que podían bajarse, y se escapaba el humo al mismo tiempo que el aire de los campos venía en nuestro auxilio.

Luego, con la modernidad compacta, no cabía salvación.

Pero por vía de decretos nos fuimos liberando del suplicio los no fumadores, al tiempo que los enganchados al tabaco esperaban como agua de mayo el descanso en cada estación intermedia para fumar con compulsión.

Limpio el aire de secuelas del tabaco, viene por él una nueva atadura: el vocingleo de los que se enganchan al móvil desde que partimos de la estación hasta que se llega al destino. Llamada tras llamada, relevo tras relevo de usuarios, hemos de irnos enterando de la vida y padeceres, de las pendencias e inquietudes de cada uno, que airean sin pudor a voz en grito, incansables, insaciables, impúdicos e inmisericordes.

No hay quien eche una cabezada, no hay quien se concentre en los paisajes y callejuelas de pueblos que nos visitan por las cristaleras.

Entran a veces ganas de ponerse a consolar a los angustiados, deprimidos y otras veces eufóricos hablantes, para que no les dé un soponcio, para que no se arrugue su cartera, ¡porque vaya cuenta que les pasará su compañía telefónica! Y en otras ocasiones lo que uno quisiera es que volvieran las ventanillas de antaño, abrirlas y, en un descuido, mandarles el móvil donde las santas pisadas de los ovejas, los cerdos y las vacas hagan de ellos la cacharrería que tal vez debieron siempre ser.

*Historiador y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz