Les pido, por anticipado, disculpas por chafarles el desayuno o el tentempié. Pero creo que lo más honesto que puedo hacer es compartir, sin añagazas, la visión que tengo sobre la realidad, aunque no agrade. No soy quien para juzgar a nadie. Y no pretendo arrogarme esa función. Pero no puedo evitar echarme las manos a la cabeza mientras contemplo el panorama. Es comprensible que la gente tenga ganas de recuperar la calle y de resarcirse por el tiempo perdido. Humanamente, no pueden plantearse objeciones a este respecto. Porque existía un ansia de acercamiento a la normalidad. Y, para muchas personas, ya era una cuestión de salud mental. Pero, entre la prudente aproximación al modo de vivir que teníamos, y el despendole general al que estamos asistiendo, media una distancia que no debería haberse recorrido con tanta celeridad. Porque sigue sin haber un tratamiento para paliar los efectos devastadores del coronavirus. Y porque tampoco tenemos aún una vacuna que nos prevenga de contraer la enfermedad fatal que se desarrolla a partir del contagio. Sin embargo, por el modo en que se está procediendo, parece que mucha gente se niega a asumir esta deprimente realidad, y lo que de ella se deriva. Esto es: que estamos igual de expuestos al virus que antes de confinarnos. La única diferencia es que ahora hay muchas más personas con mascarilla por la calle. Pero todos vemos, a diario, cómo también hay bastante gente que, aun habiéndole visto las orejas al lobo, sigue sin tomar esas mínimas precauciones que están al alcance de su mano. De la insensatez individual, hay que culpar a quien la manifiesta. Pero en este clima de inconsciencia, el gobierno y muchos medios de comunicación tienen una cuota de responsabilidad no desdeñable. Porque, durante las semanas más funestas, ocultaron la cara más dura y cruel de la tragedia. Y porque, a poco que bajaron las cifras diarias de contagios y fallecimientos, se apresuraron a vocear la apertura del parque de atracciones de la «nueva normalidad». Y hay que reconocer que el público no ha defraudado. Porque, antes de que abriera la taquilla, ya había colas para entrar a la feria. El problema es que ese remedo de la normalidad con que se ha engatusado al personal es solo un espejismo. Y en semanas, o meses, veremos, de nuevo, cómo la imprevisión y la desidia, de gobernantes y gobernados, nos llevan a encaminarnos a un despeñadero en cuyas inmediaciones yacen ya más de 40.000 víctimas españolas. H*Diplomado en Magisterio.