La estrategia del PP de convertir la celebración de la Fiesta Nacional en una olla a presión parece haber triunfado. Una lástima y un peligro nada desdeñable. El intento de convertir el 12 de Octubre, Día de la Hispanidad, en un arma arrojadiza contra el Gobierno es una de las mayores manipulaciones intentada jamás en democracia por la derecha radical española, experta, por otra parte, en este tipo de manejos. Mariano Rajoy se equivoca gravemente si pretende llegar a ser presidente de todos los españoles envolviéndose en la bandera y utilizando los símbolos como algo propio que excluye a quienes no siguen el ideario del PP. El y la cúpula de dirigentes de su partido, absolutamente incapaces de ocupar posiciones templadas, y el coro de predicadores ultramontanos que desde unos pocos medios marcan buena parte de la estrategia de los populares serán los responsables de crear en este país una fractura entre los ciudadanos a propósito de la identidad española.

Angustiado por unas sombrías expectativas electorales, Rajoy ha decidido echar el órdago en el terreno de la simbología profunda. De ahí su mensaje televisivo a la nación --que ha servido para que algunos programas de televisión hagan chirigotas por su torpe suplantación del jefe del Estado--, su rancia reivindicación de una letra para el himno nacional y su fervoroso llamamiento a que los ciudadanos se movilicen bandera en mano para asistir a los actos de hoy --entre ellos, el desfile militar que tendrá lugar en el madrileño paseo de la Castellana, presidido por el Rey y el presidente del Gobierno-- como si la patria estuviera en peligro.

Por otro lado, la actual estrategia de los populares tiene efectos contrarios a los que se pretende, puesto que es una máquina de crear adeptos al independentismo en aquellos territorios en que hay partidos nacionalistas destemplados. Y eso es un grave error, porque pase lo que pase en las próximas elecciones legislativas, Rajoy o quien le suceda necesitan tender puentes hacia los nacionalistas moderados, como han hecho todos los partidos con posibilidades de gobernar durante los últimos 30 años. Pero su actual política de perfiles autoritarios hacen muy difícil que el PP salga de su patético aislamiento. El Gobierno y el PSOE harían bien en no entrar en el juego que les propone el primer partido de la oposición en el terreno del españolismo exacerbado.

El presidente Rodríguez Zapatero, que con toda probabilidad recibirá abucheos hoy en Madrid cuando llegue a la tribuna desde la que seguirá el desfile, ha dado hasta ahora muestras de templanza ante los hooligans, y así debe seguir. Todo lo que sea entrar al trapo de las descalificaciones, como han hecho las Juventudes Socialistas en un desafortunado vídeo, tratando de ridiculizar a sus adversarios con el símbolo comercial de una marca de ropa --por otro lado indumentaria común en no pocos dirigentes socialistas--, es caer en la trampa de llevar la política al terreno de la taberna o del patio de colegio.