Al llegar a la Casa Blanca, Barack Obama quiso iniciar una nueva era de relaciones con Rusia e ideó la política de poner el contador a cero. Pese a aquel reset, ha habido tropiezo tras tropiezo. El punto más bajo fue en agosto del 2008 con la guerra entre Rusia y Georgia, aunque sería erróneo deducir una mejora posterior.

Vladimir Putin necesita marcar su territorio en política exterior y medirse de igual a igual con EEUU, aunque el mundo bipolar de otro tiempo haya desaparecido en perjuicio de Rusia. El apoyo de Moscú al régimen sirio de Bachar el Asad y la negativa rusa a abrir una nueva ronda de negociaciones sobre la reducción de armas nucleares han dominado las relaciones en los últimos tiempos, en los que también ha habido incidentes con oenegés estadounidenses o niños rusos en adopción como protagonistas involuntarios, hasta llegar al caso Snowden.

Tras la concesión rusa de asilo temporal al analista de la CIA, Barack Obama se ha considerado obligado a plantarse ante Vladimir Putin y cancelar la reunión bilateral prevista. Ciertamente, poco podía salir de aquel cara a cara. Sin embargo, a Estados Unidos debe interesarle cooperar con Rusia si quiere resolver dos de los contenciosos que afectan a la seguridad como son Siria y las armas nucleares. El problema está en que tanto Washington como Moscú se mueven con esquemas que no responden a la realidad. Ni hay dos superpotencias, ni Rusia es una gran potencia, ni Estados Unidos goza de un poder hegemónico como el caso Snowden se encarga de demostrar.