WUw no de los últimos pilares sobre los que algunos empecinados aún sustentaban la teoría de la conspiración en los atentados del 11-M se desmoronó ayer. Tres etarras llamados a declarar como testigos ante el tribunal que juzga la terrible matanza de los trenes negaron con rotundidad cualquier relación de la banda terrorista vasca con la red islamista que se sienta en el banquillo. Gorka Vidal e Irkus Badillo, detenidos el 29 de febrero del 2004 en Cañaveras (Cuenca) cuando transportaban a Madrid 500 kilos de cloratita y de Titadyn, en lo que se llamó la caravana de la muerte, fueron interrogados ayer a petición del abogado de Jamal Zugam, uno de los acusados en el macrojuicio. Pero ni en las declaraciones de ambos ni en las de Henri Parot --un sanguinario etarra preso desde 1990 que supuestamente habría tenido contactos en la cárcel con algún islamista-- pudo apreciarse ayer el más mínimo indicio de la buscada conexión entre ETA y el 11-M. La caravana de la muerte fue presentada por los teóricos de la participación etarra casi como una evidencia, de acuerdo con un sencillo razonamiento: si un comando de ETA es sorprendido transportando explosivos a Madrid y días después estallan los trenes, las mochilas las colocó ETA. Poco les importaron los informes de los técnicos, las reivindicaciones de Al Qaeda, los sucesos de Leganés, etcétera. Se trataba de agarrarse a esa teoría como a un clavo ardiendo para no de buscar la verdad, sino de justificar de forma retrospectiva las actuaciones de Aznar, Acebes y Zaplana en aquellos días dramáticos. Rajoy parece ahora rectificar el tiro. Aún está a tiempo, pero cabría esperar alguna declaración formal.