TLta primera Nochevieja del Gobierno de Zapatero , la del 2004, coincidió con la aprobación por el Parlamento vasco del conocido como plan Ibarretxe. Era 30 de diciembre y nos comimos las uvas con la incertidumbre del norte secesionista. Tuvieron que pasar un par de meses y unas elecciones para recobrar la serenidad.

La Nochevieja del 2005 fue la del Estatuto catalán. Veníamos de tres meses de discusión agotadora y las uvas de la angustia nos duraron --a periodistas y políticos-- hasta el 21 enero, fecha de la famosa reunión en la Moncloa. También aquí hubo que esperar a que las citas electorales encauzaran la crisis.

En este tercer cambio de año, ETA nos ha amargado a todos el menú. En Barajas, dos familias han vivido pendientes de las grúas porque, bajo los escombros, había una parte de ellas perdida para siempre.

Bajo esos escombros están también las esperanzas de tantos vascos, de tantos españoles, convencidos de que esta vez sí podíamos acabar con esta lacra.

¿Qué más sepultan los restos del párking de la T-4? Las consecuencias políticas de este fin abrupto del proceso de paz son todavía imprevisibles. Y alcanzan a todos. A Zapatero y a su Gobierno, que debe recomponer toda la estrategia en uno de sus grandes objetivos políticos. Y debe hacerlo, además, con la evidencia de que falló la información, su interpretación o la comunicación tras la secuencia de las declaraciones del presidente.

Pero también afecta al PP, que debe decidir definitivamente dónde se sitúa con respecto a la política antiterrorista y si se suma, por tanto, al previsible nuevo pacto que incluya a todas las fuerzas.

Por supuesto, las consecuencias alcanzan a toda una generación de izquierda aberzale que quizá se quede ya para siempre sin la posibilidad de hacer política.

¿Y qué opinan los ciudadanos? Pues sería conveniente un poco menos de demagogia en su nombre. Porque lo que opinan de verdad, lo sabremos en mayo, en las elecciones locales y autonómicas, y después, a lo sumo en un año, en las generales.

*Periodista