XCxuenta Aldoux Huxley en Un mundo feliz (magnífica novela), que sería muy de desear que no se convirtiese en libro profético, ya que en la tecnificada sociedad que describe el problema de la muerte se resolvía haciendo desaparecer al muerto, sin ceremonia alguna y obviando preguntar por él, porque era antisocial hacer preguntas sobre los muertos. En una sociedad individualizada, reglada y condicionada por su desarrollo tecnológico, no cabían la ancianidad, la fealdad, ni mucho menos, la muerte. Así que la gente en esta sociedad descrita por el genial novelista inglés, llegada a cierta edad, se hacía los retoques necesarios para mantener una apariencia socialmente correcta, no era una opción voluntaria, hija de la libertad, sino una obligación social más, que se inscribía en otras muchas. Pero, como a Tanos no hay manera de burlarlo, la solución tomada fue la de organizar la retirada de los vivos a partir de ciertos elementos de fatiga. La humanidad, desde los albores en los que el hombre empezó a tener conciencia, asignó al rito ceremonial de la muerte un lugar preferente, y aunque sería injusto vincular el sentimiento religioso a la alienación que la muerte produce en los hombres, sin duda, tiene que ver mucho con ella. El esfuerzo de los hombres por buscar una trascendencia más allá de la oscura puerta de la muerte, es parte consustancial de la cultura y de las culturas de la humanidad. Así que, cuando hablamos de la muerte y de la forma de morir, que rarísimamente elegimos, estamos hablando de algo sagrado, que merece mucho respeto y poca improvisación.

Los medios de comunicación, que pretenden ser voceros de la conciencia de los hombres, no nos informan y opinan, como es su deber, en todo y para todo, intentan adoctrinarnos, y en algo tan sagrado y serio como son las opciones para irnos de este mundo, si es que las tenemos, también. Y la verdad, que el espectáculo que se da hiere la sensibilidad, es zafio e inmoral.

Si aceptamos que la libertad es una dimensión que permite que los seres humanos seamos tales, tan sólo a la individualidad de cada uno corresponde el decir ¡basta ya!, al dolor ¡basta ya!, a la vida. Y no hay otra norma suprema más que ésta. Pero, si desgraciadamente, la persona no puede pronunciarse, el arrogarse esta competencia resulta muy delicado. El argumento de que se está en estado vegetativo y no se siente nada, que por lo tanto el ser humano como tal se ha degradado a una ruina biológica, y no merece la pena mantenerlo vivo, es un tanto peligrosa. Porque hoy la ciencia no asegura que esto sea así, y si existe algo de sentimiento, aunque sea una brizna, no podemos adivinar si hay dolor y sufrimiento, o por el contrario el instinto de estar se sobrepone a cualquier otro. Otra cuestión distinta es que tengamos conciencia clara de que hay sufrimiento, y aunque en este caso no pueda haber expresión explícita del deseo de poner fin al dolor, el hacerlo parece a todas luces una tácita obligación. Nuestra civilización, llamada occidental, en la que teniendo grandes avances y conquistas sociales, no todo son luces ni mucho menos, propende al hedonismo y a la comodidad, porque, más que en valores éticos, comienza a basarse en normas sociales de convivencia y progreso, que son cosas muy diferentes. Y es terrible para un ser humano, soportar día tras día y año tras año, a un ser postrado y en estado vegetativo, puede llegar a resultar insorportable, así que toda la comprensión para el marido de Terri; pero no menos comprensión para sus padres, que se aferran a una vida que ya no es vida. Pero el debate social no es éste, es el de si decisiones de esta naturaleza puede tomarlas la sociedad, sobre alguien que no puede pronunciarse.

*Ingeniero y director generalde Desarrollo Rural del MAPA