En lo que llevamos de año 39 mujeres han sido asesinadas en España a manos de sus pareja o excompañeros. De ellas, solo 16 habían denunciado al hombre que las mató, pero ni siquiera en esos casos fue posible evitar la agresión mortal. El goteo constante y dramático de este tipo de crímenes sigue poniendo en evidencia las grietas que exhibe la ley integral contra la violencia de género aprobada en el 2004, sobre todo a la hora de detectar y prevenir situaciones de riesgo que derivan en muchos casos en tragedia. Es precisamente en el ámbito de la prevención donde las carencias son mayores y por ello son dignas de aplauso iniciativas como la de adjudicar perros guardaespaldas a mujeres maltratadas y amenazadas como elemento disuasorio de nuevos ataques. Pero al fenómeno del machismo asesino hay que atacarlo con planes multidisciplinares. La educación ha de ser en este sentido fundamental. No puede ser que una de cada tres jóvenes considere aceptable que su pareja la controle o que muchos adolescentes den por válido el mensaje de que los celos son una expresión normal del amor. La batalla contra el maltrato nos interpela a todos. A menudo, las mujeres que soportan la violencia de su pareja entran en un bloqueo psicológico que les impide ver su cruel realidad, solicitar ayuda o denunciar. Es ahí cuando el entorno familiar, vecinal y de amistades de la víctima debe actuar al detectar los primeros e inequívocos indicios. El terrorismo machista nunca puede ser un asunto privado.