William Shakespeare ha vuelto. Este buen hombre, de 81 años, no escribe -que sepamos-obras de teatro, pero tampoco lo ha necesitado para disfrutar de sus quince minutos de gloria.

William, “Bill” para los amigos, ha sido el segundo británico en recibir la vacuna de Pfizer contra la COVID-19, después de Margaret Keenan(es una pena que no se llame Agatha Christie), una anciana de 90 años que tiene el honor, digámoslo así, de simbolizar este primer gran paso contra la pandemia.

Shakespeare y Keenan se han convertido en la imagen de la semana, dos ancianos que, si todo va bien, podrán decirle adiós al coronavirus, aún no sabemos durante cuánto tiempo.

¿Estamos contentos? Deberíamos, pero según las declaraciones de algunos pesimistas y conspiracionistas profesionales se podría deducir que cuanto peor, mejor. Mientras la comunidad científica trabaja a destajo para intentar frenar a un virus que va camino de cobrarse la vida de 2 millones de personas, algunos insisten en sembrar bulos, miedo y caos, territorio en el que se desenvuelven muy bien.

Estas personas darían su vida -y nunca mejor dicho- con tal de que las vacunas o los antivirales fracasen; y si no es así, siempre les quedará el consuelo de confabular contra sus creadores. Paraestos la curación es algo secundario; lo que realmente les interesa es alimentar con su desbocada imaginación un escenario desolador de ciencia ficción al que habríamos llegado por culpa de fuerzas malignas (que no son virus, sino personas).

William Shakespeare, el del siglo XXI, ha recibido la vacuna en Coventry, a unos 30 kilómetros de Stratford-upon-Avon, ciudad natal del Shakespeare escritor. Quedémonos con esa estampa, la del gran autor redivivo -aunque solo sea nominalmente- para insuflarnos un poco de buen rollo en este mundo que lleva nueve meses herido en su salud y en su orgullo. To be or not to be, that´s the question.

*Escritor