Se han escrito tantos libros, se han pintado tantos cuadros, se han rodado tantas películas que resulta difícil, a priori, encontrar un hueco para crear algo completamente nuevo. Pero, aunque a estas alturas se antoje ardua la irrupción de un proyecto artístico que marque un antes y un después, siempre habrá espacio para darle una vuelta de tuerca a lo ya conocido.

Es lo que sucede con la exitosa serie televisiva The Sinner (actualmente, la más vista en Netflix), basada en la novela homónima de Petra Hammesfahr. En principio, se trata de otra serie de misterio en la que el detective de turno se encarga de investigar el asesinato de turno. La gran diferencia entre The Sinner y proyectos cinematográficos similares es que no importa tanto quién es el asesino (una información que se nos ofrece pronto) como por qué se ha cometido ese asesinato. La supuesta arbitrariedad que subyace en estos homicidios (tanto que recuerdan a los paródicos crímenes ejemplares de Max Aub) encierra muchas incógnitas que son reveladas conforme avanzan los capítulos. Y esto es precisamente lo que hace de The Sinner una serie adictiva: su voluntad de escarbar sin el menor pudor en la psiquis de los personajes.

Podemos concluir, pues, que su éxito se basa en reformular el género del thriller de asesinato hasta convertirlo en un caso de estudio psicológico, propio de diván. El espectador acaba empatizando con esos asesinos con perfil de personas normales (una madre joven y atractiva, un preadolescente tímido e inseguro y un guapo profesor de instituto que está a punto de tener su primer hijo), pero que esconden -y eso es lo que ha de desentrañar el detective- un oscuro pasado que les arrastra, de manera inconsciente, hacia el pecado.

The Sinner no es nada nuevo bajo sol, pero aporta un rayo de luz que ilumina la hasta ahora cara oculta del género del thriller.

* Escritor