TCton el advenimiento de la precampaña electoral hemos entrado de lleno en el tiempo de los milagros. Milagroso es que los candidatos, normalmente alérgicos al contacto con el vulgo, de la noche a la mañana se conviertan en seres accesibles y simpáticos, casi angelicales, dispuestos a estrechar la mano de vendedores de mercado y obreros, o a abrazar ancianos y niños siempre, claro está, que haya cámaras que puedan inmortalizar tan inhabituales gestos. Más milagroso aún --más cínico también-- resulta que, durante esta travesía hasta el 20-N, todos los candidatos digan tener la receta mágica para curar todos nuestros males, económicos y sociales; sin mostrarlas, eso sí. En este carnaval, lo más sorprendente es que todavía hay mucha gente que no se cuestiona la veracidad de los gestos y promesas de algunos de estos trajeados camaleones e, incluso, que les vote solo por lo que dicen, sin tener en cuenta que tiran piedras contra sus intereses.

Lo cierto es que si nos engañan es porque queremos, pues cualquiera de nosotros sabemos lo difícil que resulta acceder a nuestros teóricos representantes políticos cuando se aposentan en sus respectivos tronos (del gobierno o la oposición). Sobre todo si queremos reclamar alguno de nuestros derechos o incluso, en el caso de ser periodistas, hacerles una pregunta. Con nuestros políticos, salvo honrosas excepciones, el milagro de la cercanía permanece vivo mientras duran la precampaña y la campaña. Después, durante cuatro años solo los podemos ver por televisión, aunque no a todos, demasiado ocupados en sus asuntos, que no siempre tienen que ver con los de quienes les han votado.

Poco dado a la milagrería me resulta difícil entender, excepto que medie una cuestión de fe o afinidad ciegas, cómo los candidatos, que en estos meses de milagros tienen tan claro lo que se debe hacer para salir de la actual crisis, cuando acceden al poder se olvidan de sus recetas, muy parecidas al ungüento amarillo. También que, sabiendo lo que se debe hacer, no lo hayan hecho. A menos que, en realidad, no tengan ni idea y nos estén engañando, cosa bastante probable. Bueno, en algún caso no están engañando a nadie, porque algunos líderes no han dicho todavía lo que piensan hacer cuando ganen, excepto que ellos son la solución a todos nuestros males. Y si no lo dicen debe ser para no asustar a quienes han pensado cambiar el sentido de su voto, sabiendo que los fieles les van a votar de todos modos.

No sé por qué, pero el discurso de algunos me recuerda mucho al milagro de los panes y los peces, en el sentido de que nos anuncian bajadas de impuestos y mantenimiento de servicios. Es decir, el mismo gasto con menos ingresos, lo que viene a significar la cuadratura del círculo. Y, que yo sepa, es imposible sorber y soplar al mismo tiempo. Excepto, claro, que medie un milagro y si, como me dijo hace muchos años un obispo de Cáceres, "Dios tiene mejores cosas que hacer y no se entretiene haciendo milagros", más difícil es que los haga un mortal, por muy lejos del suelo que se encuentre. Y algunos de nuestros políticos son los que más lejos están.