Filólogo

Los ancianos son las víctimas propiciatorias de los timadores. La policía habla de un 90% de timos a personas mayores de 65 años, con pocos ingresos y bajo nivel cultural.

Ya es delito timar a un timado. La vejez es, a todas luces, el campo abonado para el engaño, si no fuera más correcto decir que la vejez es el engaño. La sucesión significativa del pasado y del presente abre el curso de la vida a una perspectiva inevitable, la senectud, que como se sabe, es siempre declive. La articulación del tiempo biológico con el tiempo biográfico, se desequilibra en detrimento de lo biográfico, y es entonces cuando, en plena pendiente, algunos sacan el azucarillo y dicen que hay que añadir más vida a los años. Tales edulcorantes no alivian la certeza de la brevedad del camino ni el vértigo del precipicio, ni aligera el fardo de frustraciones con que la mayoría llega al final del trayecto.

El proceso de la precariedad física y psíquica es sobrealimentado a última hora por fraudes afectivos que rematan al viejo. Con frecuencia los auténticos trileros1, los nazarenos, los de la estampita y los engañabobos del tocomocho no andan lejos, están casi siempre poniéndole, o quitándole la silla de la mesa: son esos queridísimos hijos que reclaman la entrega del patrimonio porque les aprieta la hipoteca, porque tienen que cambiar de coche y porque tienen que organizar su vida; los mismos que de día a día les succionan la mermada pensión y racionan cualquier expresión de amor y de veneración por culpa de una vida afanosa y ocupada sin tiempo para los viejos.

El devenir biológico que lleva del crecimiento a la progresiva pérdida de la propia identidad es el mayor timo que el ser inteligente padece, al que se suma frecuentemente el envejecimiento en soledad. Demasiados timos para tan corto tiempo. Cicerón tenía razón: "La vida humana es una comedia cuyo último acto está mal escrito".