WEwl Gobierno de Tony Blair se está viendo arrastrado por la paranoia desatada tras los atentados de Londres. El aniquilamiento a quemarropa de un joven electricista brasileño, al que se confundió con un integrista, lejos de propiciar una reflexión profunda sobre los límites legales y éticos de la batalla contra el terror, ha dado carta de naturaleza a la execrable doctrina de "tirar a matar". El suceso, equiparable a una ejecución extrajudicial, pone en cuarentena la eficacia y la conducta democrática de la mítica policía británica. Ahora se ve que el amable y desarmado bobby servía para una sociedad madura, pero no para afrontar situaciones de emergencia.

El principio medular de la norma consuetudinaria británica es que los derechos humanos deben estar plenamente garantizados en toda situación. En el país de las libertades ancestrales, se ha roto este principio en un paso definitivo hacia ese Estado policial en el que Blair fundamenta la lucha antiterrorista, por más que se demuestre ineficaz. ¿Qué conclusión pueden extraer la opinión pública europea? La piel, la mirada, una reacción o una mochila pueden resultar fatales para quienes ya sufren los efectos del terrorismo más ciego que jamás se haya dado.