Rebajar la velocidad en autovías de 120 a 110 está siendo una de las medidas más polémicas del Gobierno. Se cuestiona la supuesta eficacia de la misma tendente a la disminución del encarecido petróleo. Para unos, la medida disminuye entre el 1 y el 5% el consumo, para otros incluso aumenta al estar más tiempo conduciendo y dependiendo de la forma de conducir de cada uno y de otras mágicas variables. Se llega a decir que el coste de las pegatinas indicadoras, amén de que se despegarán con el agua, supone un coste mayor que el que se pretende ahorrar, e incluso, de ser verdad, el tiempo invertido no mejora la eficacia de la economía. También los hay que no cumplirán ni una ni otra velocidad por su tendencia a rebasar cualquier norma que se imponga. Ante esto cabe pensar que la discusión nacional para nada está sirviendo, más allá de enfatizar la postura política de cada uno.

Algo se nos está pasando por alto. Justamente el airado debate nos muestra que se está tocando uno de los aspectos básicos de esta crisis: que estamos en crisis; es decir, tenemos menos recursos disponibles para utilizar en nuestra vida ordinaria. Partimos de un principio vertebrador de la realidad, formamos parte de una nueva civilización en la que los distintos países son actores interrelacionados, en todos los ámbitos, siendo el económico uno de los básicos. España, y Europa entera, está perdiendo protagonismo y riqueza comparativa en este contexto global, siendo otros países los que aumentan lo que nosotros perdemos. Esta básica realidad interdependiente es difícil de asumir, de ahí que echemos balones fuera cuando nos lo recuerdan, y precisamente esta medida representa un elemento simbólico básico en ese mismo recuerdo. Más que ninguna otra medida quedará numeralizada nuestra realidad comparativa de pérdida de riqueza; en todas las autovías que transitemos, la pérdida de 10 km de velocidad será la foto del símbolo más claro del momento que estamos viviendo. No es tanto el mayor o menor ahorro --que por descontado se produce-- sino la visualización indiscutible de nuestra pérdida.

Tampoco podemos quedarnos a lamer nuestras heridas, más bien es una magnífica oportunidad de repensar nuestro modelo de vida; injusto comparativamente a otros, insostenible porque representa consumir dos planetas y medio a nuestro nivel de consumo actual y sin salida de futuro. Repensar este futuro es una apuesta inteligente a la que tenemos que enfrentarnos; mirar con los ojos abiertos ese 110 y buscar lógicas de adaptación a este nuevo escenario es lo que nos toca. Podemos hacer una humanidad más justa y solidaria porque lo que nosotros perdemos otros lo ganan (China, India, Brasil-), y nos permite replantearnos el presente con más eficacia e inteligencia y de forma más humana.

*Sociólogo y antropólogo de la Uex.