Ya expresé mi opinión sobre la lectura del 20-D: a) un cambio de gobierno que suponga la salida del PP y el acuerdo de partidos clásicos y nuevos; b) la apuesta por el centroizquierda, y c) la apertura de diálogo sobre el statu quo territorial.

Estos tres objetivos requieren altura de miras de todos, ya que existe una lectura alternativa y conservadora: los partidos nuevos solo suponen un 34,59% del voto, el centroderecha pierde por un exiguo 2,17% y las fuerzas menos abiertas al cambio territorial ganan con un 69,63%.

Por eso, mi propuesta inicial fue un gobierno de concentración con los tres partidos clásicos (PP, PSOE, IU) y los dos nuevos (Podemos y Ciudadanos) que sumaría el 88,99% de los votos, única fórmula para expresar la voluntad popular con exactitud, facilitar una segunda transición y esquivar el frentismo que suponen las dos interpretaciones alternativas de los resultados electorales.

Siendo esto imposible por las exclusiones mutuas y casi siempre tácticas, lo ideal era un acuerdo de gobierno de centroizquierda en torno a PSOE y Podemos. De momento está primando un pacto entre el centroderecha de Ciudadanos y el centroizquierda del PSOE.

Parto de la base de que Pedro Sánchez está siendo, con diferencia, quien mejor está gestionando este largo y complejo periodo postelectoral, teniendo en cuenta su responsabilidad añadida (único candidato encargado de formar gobierno) y sus innumerables enemigos (dentro y fuera, a derecha e izquierda).

La irresponsabilidad y el egoísmo de Rajoy , el frentismo y la prepotencia de Iglesias , el voluntarismo indolente de Garzón y el afán arribista de supervivencia de Rivera han sido claramente superados por la capacidad de diálogo y la arriesgada responsabilidad del líder socialista.

Sánchez ha partido de una idea que comparto absolutamente: la política, por encima de cualquier otra cosa, es diálogo y consenso. La política no nace como herramienta de confrontación, sino como espacio de cesiones mutuas que permitan la convivencia. Más por intuición política que por brillantez intelectual, Sánchez está siendo fiel a tres ejes muy importantes: la historia de España, nuestra sociología electoral y el clima emocional que impera desde 2011.

Mirando a la historia, nos ha ido muy mal cuando se han diseñado frentismos de raíz ideológica y nos ha ido mejor cuando han primado las transacciones transversales. Los récords de apoyo del centroizquierda con Zapatero (11.289.335 votos) y del centroderecha con Rajoy (10.866.566) se han producido siempre desde ese espacio llamado centro.

EL CENTRO no es un lugar ideológico, pues las decisiones políticas son siempre esencialmente conservadoras o progresistas, pero sí es un espacio emocional y actitudinal donde imperan la moderación, el respeto y el diálogo. Cuando esas normas se desprecian, se rompen los equilibrios y la política cede territorio a la beligerancia. Lo que ha hecho Sánchez pactando primero con Ciudadanos es sumar 9.031.139 votos (35,94%) para rediseñar el centro político. A partir de ese centro desde el que se ejerce siempre el poder en España, el reto es que Ciudadanos incorpore al PP a la reforma constitucional y que el PSOE sume a Podemos para la mejora del Estado social. Es mentira que Pedro Sánchez haya traicionado la historia del PSOE, más bien al contrario: la intersección de las tradiciones liberal y socialista ha sido siempre la que ha colocado al PSOE en posición de transformar la sociedad desde el ejercicio del poder.

En lo emocional, el resultado del 20-D demostró una hipótesis que mantengo desde el 15-M: la dualidad de la sociedad española entre deseo de cambio y miedo al cambio. Sánchez ha definido eso como una pulsión de "cambio tranquilo" que podría funcionar desde el acuerdo con Ciudadanos.

EN LO SOCIOLOGICO, el último estudio del CIS deja claro que España se sitúa en el centroizquierda (4,63 en un continuo de 1 a 10), colocando al PP muy a la derecha (8,28), a IU y Podemos a la izquierda (2,27 y 2,26), al PSOE en la situación más central escorado a la izquierda (4,49) y a Ciudadanos en la derecha pero más centrado que el PP (6,65).

Así pues, teniendo en cuenta el análisis sociológico del electorado, la dicotomía emocional del clima político, la tradición ideológica mixta del PSOE, las advertencias y lecciones que lanza la historia española, la gran dificultad de diálogo con Podemos debido a la actitud de Pablo Iglesias y la negación del PP a abrirse a una necesaria segunda transición, creo que las decisiones de Sánchez están siendo acertadas. Para continuar bien, los líderes de Podemos deberían entender la situación política española como de diálogo obligado y no como propicia para fantasías hegemónicas, y Sánchez debería considerar que si los primeros ladrillos de una segunda transición han tenido que ser los de Ciudadanos, los que le darán solidez serán los de Podemos.