CONCIERTOS

Corales extremeñas

Ana del Río

El 8 de mayo los medios de comunicación locales se hicieron eco del convenio firmado por la Diputación de Cáceres y la Asociación Coro Colegio Mayor Francisco de Sande (a su vez dependiente de la propia diputación) para la difusión de la música coral. Se trata de 15 conciertos en distintos municipios de la provincia para los que la diputación aporta al coro citado la cantidad de 15.000 euros. Actualmente, casi todas las administraciones públicas están mirando con lupa la firma de este tipo de convenios, ya que, en puridad, deberían destinarse a actividades muy específicas y no generales, como la que se propone. Es decir, si la diputación decide, por ejemplo, difundir la música vocal sefardí del siglo XIV y resulta que hay un coro acreditadamente especializado en ese tipo de música y en esa época, parece lógico y adecuado que se firme un convenio con ese coro. Pero cuando una institución se plantea un objetivo general, lo lógico y lo ético es que la diputación dé opciones de participar en el proyecto a las numerosas y excelentes agrupaciones corales que están en su entorno y que no le son desconocidas, tanto en Cáceres como en Extremadura en general. Para ello están arbitrados los procedimientos administrativos correspondientes, que en este caso se han esquivado de una manera que causa, cuando menos, estupor y recelo.

A nadie se le escapa que aquí el que realmente resulta promocionado y difundido es el Coro Francisco de Sande, a la par que la propia diputación. En esta época de durísima crisis, en la que la mayoría de las agrupaciones corales de Extremadura están luchando denodadamente para seguir subsistiendo a duras penas, es profundamente injusto, antiético y antiartístico que suceda esto. Para cumplir con auténtica calidad musical los objetivos culturales que pretende la Diputación de Cáceres hay que dar oportunidades a todos. Aunque solo sea porque el dinero de la diputación también es de todos.

EN TERMINOS POLITICOS

Huérfanos

Pedro Serrano Martínez

Valladolid

Los ciudadanos de este decadente y afligido país nos hemos quedado huérfanos. En términos políticos, es como si nuestros representantes democráticos ya no existieran, como si hubieran desaparecido, como si hubieran muerto. Cuando los políticos son el tercer problema nacional por detrás del paro y de los problemas económicos; cuando casi nueve de cada diez ciudadanos no confían en el presidente de GobiernO ni en el líder de la oposición; cuando la oposición al Gobierno la tenemos que hacer los ciudadanos a golpe de manifestación; cuando las instituciones se tambalean y el país está abocado a una crisis social imprevisible; cuando todo esto ocurre, tenemos sobradas razones para vestirnos de luto. No todo está perdido. Los incipientes y cada vez más numerosos movimientos sociales presagian un cambio esperanzador de la realidad. Unos movimientos sociales que ponen en tela de juicio a nuestros políticos e instituciones y que entienden que la política debe estar al servicio de los ciudadanos y no al de intereses espurios.