La Organización Mundial de la Salud ha calificado la carne procesada como un auténtico carcinoma para los seres humanos si se abusa de ella, como estamos haciendo. Además, los gases de efecto invernadero que produce la ganadería contribuyen decisivamente al calentamiento global. Lo ha recordado hace poco el Panel Intergubernamental de Cambio Climático. Ante esta situación lo mejor es consumir menos carne y más verduras. El mensaje está muy claro. ¿Pero podremos llevarlo a cabo?

Mis previsiones son bastante pesimistas al respecto. Al objeto de mitigar el calor propio de agosto me dispuse hace unos días a hacerme un típico gazpacho. Pues bien, los tomates los compro en una gran superficie. El resultado es un líquido blanquecino, que hace espuma, poco agradable, sin aroma, con pedazos de piel, más acuoso que denso… El sabor es pobre, que trata de recordar vagamente al del tomate, casi insípido. Cambio de proveedor de los vegetales y solanáceas necesarios para el gazpacho, pero el resultado es el mismo: nada que ver con los gazpachos de mi madre, en la infancia.

Para mitigar el problema, mi amiga Eva García, con huerta en Garrovillas de Alconétar, me ha provisto de tomates criados con paciencia y mimo, sin ningún tipo de fitosanitarios, ni conservación en cámara frigorífica, su aspecto no es perfecto pero… son los tomates del pueblo, esos que se venden con anuncios en las puertas de las casas, herederos de una economía doméstica ancestral. El gazpacho que me resulta con estos ejemplares es una exquisita sopa fría, espesa, con aroma, sabor al tomate ‘de siempre’, y simplemente deliciosa.

La OMS nos anima a comer verduras y frutas, pero lo cierto es que los sistemas de curación de éstas y las cámaras de conservación de las distribuidoras desvirtúan los sabores de antaño, que ya solo quedan como registros atávicos en nuestras pobres pituitarias. Refrán: ¿Qué culpa tiene el tomate? Tranquilo está en la mata. Viene un botarate, lo mete en una lata y vale un disparate. Hç

* Periodista