Yo no creo que sea cierto que los extremeños tengamos un carácter conformista, y llevemos impreso en nuestro ADN la huella de un pasado jornalero de sumisión y desencanto.

Si algo nos caracteriza es precisamente la ausencia de señas de identidad falsas y de particularidades genéticas inventadas para distinguirnos de los demás.

Aquí no ha habido un intento de singularizarse, sino todo lo contrario. Quizá eso sí nos señale un poco. Lo demás son tópicos de los hermanos Quintero y de los chistes de Arévalo y compañía.

Ni todos los andaluces son graciosos, ni todos los gallegos contestan con preguntas ni los castellanos son secos. Si no estamos a la altura de las demás comunidades en cuanto a comunicaciones e industrias no es culpa nuestra, hasta ahí podríamos llegar. No es que nos quedemos callados y por eso tengamos un tren del XIX, cada vez menos industrias y dos capitales de provincia unidas por carretera nacional.

Somos muy pocos, muy dispersos y muy envejecidos, pero tampoco es esa la razón principal. Nuestro atraso no se debe ni a nuestro carácter ni a nuestras condiciones geográficas.

Gran parte de lo que no se ha invertido aquí se ha llevado a Cataluña o al País Vasco no por su forma de ser ni porque sean más jóvenes o más emprendedores, sino para acallar bocas o sellar pactos que nunca benefician a la periferia. Y lo que se nos ha querido imponer han sido minas de litio o refinerías o complejos turísticos que arrasan la belleza del lugar donde se asientan.

Tratamos de potenciar el turismo, pero sin buenas comunicaciones y peleando con los que aún creen que los ecologistas van contra el progreso.

Sí es cierto que somos inmovilistas y que nos cuestan los cambios (en la ciudad donde vivo se llora por una obra y luego se protesta por el ruido que genera una vez conseguida), pero no más que en otros sitios.

Por eso la solución es difícil, porque no importamos mucho y no causamos problemas, ni para aprobar presupuestos ni para que nuestros votos cuenten más que ahora.

Es una pescadilla que se muerde la cola, un círculo vicioso. Nos queda el recurso a la protesta, y el poder de nuestro voto. Y, por supuesto, dejar los tópicos para los chistes malos y los humoristas de cinta de casete de gasolinera.