Ahora, que es San Isidro, me parece bien poner aquí algo de lo que pienso de la fiesta de los toros, y he de decir que siempre me gustaron los toros, aunque a decir verdad de una manera tibia. Nunca fui un gran aficionado, pero es verdad que disfrutaba mayormente viendo las corridas por la televisión. Pero últimamente, parece ser que me gustan menos, no es que hayan dejado de gustarme del todo. Y he de decir que tengo formado como un dilema moral. Veo a los toros de un tiempo a esta parte como seres explotados, sacrificados, que so pretexto de su bravura son encerrados en una plaza para general diversión de una multitud de aficionados. Admiro el arte y el valor del torero, pero también me duele la muerte y el sufrimiento del animal, y también me duele la euforia del público que aplaude, cuando el toro expira. Ese público no me parece muy humano en esos momentos, qué le voy a hacer. Pienso en Hemingway, tan aficionado a los toros, y a la caza mayor, y que estuvo en las dos guerras mundiales. El gran escritor, tengo la sospecha, por lo que he leído entre líneas en algún libro suyo, que en realidad no amaba ese mundo de dolor y muerte. En realidad huía de algo, y se embotaba bebiendo, observando, viviendo para escribir. Blasco Ibáñez, en Sangre y arena, nos mostró que la verdadera fiera de la fiesta es la gente. Pero esto es un punto de vista. Creo yo.