El K2, considerada junto al Anapurna la montaña más difícil de ascender de los 14 ochomiles del planeta, volvió a cobrarse el sábado otro trágico tributo. Nueve alpinistas murieron y cuatro están desaparecidos después de que una gran masa de hielo se deslizara en un estrecho tubo cerca de la cima y arrancara las cuerdas fijas utilizadas por las distintas expediciones que estos días se atreven con ese gigante del Karakórum, de 8.611 metros. Una vez más, el drama golpea a uno de los deportes más hermosos, pero sin duda el de máximo riesgo.

La cada vez mejor preparación física de los alpinistas, los avances en los materiales técnicos para la escalada, los crecientes recursos económicos y tecnológicos para emprender las expediciones al Himalaya son factores que han empujado a muchos deportistas a intentar superar el desafío que para el hombre plantean esas moles. Eso hace que cada vez sean más los alpinistas que logran hollar las cimas míticas y también que vaya en preocupante aumento el número de quienes mueren en el empeño. Adecuar la capacidad física de cada uno al tamaño del reto que se va a afrontar es una recomendación básica de todos los alpinistas expertos. Y aun así, muchos de los accidentes los sufren veteranos aventureros, bien entrenados y perfectamente equipados.

Pero detrás de tragedias como la del sábado late la irresistible atracción que ejercen las montañas de más difícil acceso ante los aficionados a este deporte. No son pocos los montañeros que admiten que muchas veces, sometidos a implacables rigores, piensan en dejarlo. Pero el desafío resulta irresistible. Y a veces la prudencia sola no sirve en condiciones tan extremas.