XLxos problemas, tanto en el gobierno de los Estados como de los individuos, no suelen venir solos, y es igualmente cierto, también, que la solución de alguno de ellos contribuye a resolver los restantes o al menos a paliar sus efectos. A tres problemas de suma importancia tiene que hacer frente nuestro Gobierno. Son problemas de etiología distinta, pero sería mucho decir que la oportunidad de plantearlos no está relacionada entre sí.

El primero, es el alza del precio del petróleo en un país como el nuestro, que importa prácticamente el cien por cien de sus necesidades, y al que somos muy vulnerables por nuestro bajo porcentaje de energía eléctrica de origen nuclear. Si a esta crisis unimos los problemas, casi insalvables que plantea el acuerdo de Kioto sobre el cambio climático, no resulta demasiado aventurado adelantar, que pronto estaremos reconsiderando la actual moratoria nuclear. En cualquier caso, esta subida se lleva por delante dos décimas del crecimiento previsto por el Gobierno, que representan muchas esperanzas frustradas y miles de puestos de trabajo potenciales perdidos. Además, remueve el inquieto oleaje de la inflación y éste puede salpicar al universo de las hipotecas, talón de aquiles de nuestra economía. No parece que ésta sea una subida coyuntural, más bien parece lo contrario; lo que sí es seguro es que estamos pagando una factura de la guerra de Irak y lo más incierto es saber quién la cobra.

El segundo, está relacionado con el delicado tema de las reformas de los estatutos de autonomía. Y muy particularmente con las desafortunadas declaraciones de Pascual Maragall, empeñado en sembrar suspicacias y sospechas, removiendo aguas que se deben dejar tranquilas. Lo que es un Estado, todos lo sabemos y lo que no lo es, también. Y la naturaleza de las cosas no cambia porque se cambie su nombre. España es España y seguirá siendo lo que es mientras el pueblo español lo quiera. Por otro lado, el soberanismo vasco del PNV continúa con su proyecto secesionista y lo que es peor, manda consejeros a los homenajes proetarras, que son unos benditos y unos hombres de palabra, que ponen bombas pequeñitas y además avisan, y por otro lado respetan lo pactado y no las ponen donde han dicho que no las iban a poner. Si PSOE y PP no olvidan algo tan elemental, como que vertebran España, este problema, a pesar de las apariencias, se resolverá con el tiempo, haciendo unos lo necesario y no pidiendo otros lo imposible.

El tercer problema tiene también sus antecedentes históricos y pudiéramos enmarcarlo dentro del amplio y significativo anecdotario de nuestra frontera sur de Marruecos. No es un tema baladí que Marruecos haya concedido licencias para prospecciones petrolíferas marinas en aguas de soberanía española de Melilla Chafarinas, Vélez Gomera y Mar de Alborán. Esta última debe ser fruto de un renovado celo imperialista, porque nada tiene que ver con las anteriores y está en pleno centro del Mediterráneo. Marruecos tiene la memoria histórica reciente de que las presiones pueden dar sus frutos, nuestra vergonzosa retirada del Sahara, dejando en la estacada a la población saharaui constituye, aparte de un baldón, un pésimo ejemplo para Marruecos; desentenderse del Polisario sería empeorar lo mal hecho. La situación económica y social de Marruecos es muy mala y en estas condiciones vender nacionalismo es rentable. Mejor desde luego las propuestas de amor y las visitas, pero no hay que engañarse: los contenciosos continuarán.

Lógicamente el Gobierno tiene que hacer frente a muchos problemas más, terrorismo, violencia de género, emigración descontrolada, etcétera, pero podríamos decir que los tres primeros son los que caracterizan la coyuntura política actual y ésta puede acabar siendo delicada.

*Ingeniero