Vaya vacaciones! No hace tanto, estas eran unas semanas en las que el tópico del sesteo colectivo tenía su razón de ser. Con algunas sonadas excepciones, la declaración de inconvertibilidad del dólar americano en oro por Richard Nixon en agosto de 1971 por ejemplo, lo usual había sido cierta tranquilidad. Pero, ¡ay!, la crisis financiera, la globalización y el cambio tecnológico inauguraron una nueva normalidad. Y, en ella, nada es lo que fue. Ni se espera que vuelva a serlo. Vean si no.

Primero, los inacabables problemas europeos. El ministro italiano Salvini pretendiendo derribar su propio Gobierno y combinando esperpénticas fotos en bañador con inmorales, y brutales, negativas a las demandas de auxilio de inmigrantes en riesgo de perecer ahogados. Añadan a este denigrante espectáculo, la comedia bufa del brexit, con un Johnson que parece cada vez más el encargado del camarote de Una noche en la ópera, de los hermanos Marx. Si no fuera por las inevitables consecuencias económicas de los Salvinis y Johnsons, allá se las compongan. Pero, lastimosamente, sus aventuras impactan directamente sobre un bienestar que ha costado, y mucho, comenzar a recuperar.

Segundo, Trump ha conseguido mantener la atención global, en su desesperada búsqueda de frenar el avance de la poderosa China. Con sus continuos cambios de posición, ha sometido a una ducha escocesa a los mercados, que han subido y se han reanimado cuando parecía que la situación se arreglaba un tanto, pero que se hundían de nuevo en la miseria al poco de emerger nuevas tensiones. Y de ese sinvivir hemos tenido duros ejemplos las últimas semanas, con un Trump desatado que, desde el domingo, ha impuesto aranceles del 15% sobre 300.000 millones de dólares de compras chinas. Sumados a los ya implantados, y los que se añadirán el 15 de diciembre, a finales de año la totalidad de las importaciones americanas procedentes del gigante asiático (unos 540.000 millones de dólares) estarán penalizadas.

Lógicamente, China ha respondido con la misma moneda, aunque todavía de forma moderada. Por si ello no fuera suficiente, el presidente norteamericano ha exigido a las empresas de EEUU que abandonen sus negocios allá y regresen. Quizá la sangre no llegue al río, pero el órdago queda ahí: no hay recuerdo de ningún dirigente en los EEUU con posiciones tan favorables a revertir el curso de la globalización. En suma, la guerra chino-americana, en este caso comercial, es ya franca y abierta. Y, ya saben, toda guerra genera bajas y, en particular, efectos colaterales. Entre ellos, el cóctel de la crisis que nos amenaza: cuatro quintos de este conflicto aderezado con unas gotas de brexit. Y así, la economía alemana está al borde de la recesión, frenando al resto de la zona euro y extendiendo, más allá de Europa, el temor a una crisis global.

Tercero, tremendas señales de calentamiento global, desde la fusión de los glaciares de Islandia, donde se ha certificado oficialmente la desaparición del primero, o en Groenlandia, a los incendios en la Amazonia o las olas de calor europeas.

Finalmente, aquí la situación tampoco está para echar cohetes. El Gobierno continúa en el alero, mientras que la sentencia a los dirigentes del ‘procés’ se acerca inexorablemente. Veremos cuáles son las respuestas, tanto desde Barcelona como desde Madrid. Pero, en este aspecto y conociendo el percal que se estila, nada bueno nos puede deparar la entrada en el otoño.

Con este panorama, uno difícilmente puede abstraerse de contemplar, con cierta aprensión, los nubarrones que se agolpan en el horizonte. Pero hay que acostumbrarse, porque esta es la normalidad del nuevo mundo que inauguró la crisis en el 2008. ¿Sus signos?: incertidumbre, desconfianza, volatilidad y ausencia de parámetros definidos. Incertidumbre para el empleo de jóvenes, y no tan jóvenes; desconfianza sobre unas pensiones suficientes para atender al envejecimiento; volatilidad financiera, con tipos de interés jamás vistos por estos pagos; ausencia de parámetros que permitan discriminar, en el ámbito político, entre las ofertas de los charlatanes puros de aquellas otras que se deberían escuchar con atención.

El lector se preguntará qué tiene en común lo relatado: brexit, Salvini, Trump, China, frenazo global, crisis climática, conflicto catalán… Comparten un último y quizá el más dramático signo de estos nuevos tiempos: la ausencia de soluciones fáciles para los problemas, reales, que expresan. En fin, deseo que hayan descansado. Porque vienen curvas.