Como en tantas otras cosas, Marx no se equivocaba cuando decía que distanciar el trabajo respecto de las manos del hombre producía el malestar propio del alejamiento de uno mismo; de hecho, el sustrato más hermoso de la filosofía marxista es el profundo humanismo que destila un discurso que pretende poner en el centro al hombre y sus emociones.

La sociedad enferma en la que vivimos actualmente es producto del triunfo neoliberal procedente de las ruinas del Muro de Berlín, símbolo decadente de un comunismo que no supo ni interpretar a Marx ni construir un sistema eficaz y decente alternativo al capitalismo. El neoliberalismo morirá de éxito, y su muerte arrastrará a ese anciano decrépito llamado capitalismo, pero dejará tras de sí una estela de dolor y sufrimiento. El mundo actual ya oculta bajo la pátina del Estado de bienestar un profundo malestar ético y emocional.

Y esta sociedad enferma lo está, entre otras cosas, porque Marx quedó arrumbado hace demasiado tiempo, y porque se le dejó de dar sentido a la radicalidad humana del ser humano. Expresado así es de una obviedad casi insultante, pero lo cierto es que la humanidad del ser humano lleva décadas en entredicho y, diría más, está en la actualidad casi totalmente impugnada.

Efectivamente, no solo es que el ser humano quedara alienado hace mucho respecto al producto de su trabajo. Al neoliberalismo no le resultó suficiente con este exceso capitalista, y decidió que la alienación humana debía completarse con toda una panoplia de distanciamientos respecto de nuestra propia esencia. Distanciamientos que han ido colocándonos en un espacio irreal respecto a nosotros mismos, tanto en lo económico como en lo social.

Casi toda la cotidianidad de las clases medias en las sociedades liberales ha quedado vacía de contenido. Las familias pasaron de limpiar con sus propias manos lo que ensuciaban a pagar a alguien para que lo hiciera; progresivamente se empezó a trabajar cada vez menos con la comida, a disfrutar menos de lo que se cocinaba con las propias manos; de los seres humanos capaces de arreglar cualquier desperfecto doméstico se ha pasado a la necesidad de avisar a un técnico incluso para que arregle un interruptor.

Todo esto ha sido interpretado como una escalada social y como un avance económico pero, sin darnos cuenta, lo que se estaba poniendo en marcha era un extrañamiento respecto de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Hasta el cuidado y la crianza de los hijos se ha ido delegando, casi desde el nacimiento mismo, en las manos de terceros, entregando al neoliberalismo lo que debería ser el fruto más preciado de nuestras emociones.

Las nuevas tecnologías han logrado la progresión exponencial de este desarrollo que en realidad es una involución humana, y ahora prácticamente todo está a un click de nosotros mismos, es decir, fuera de nosotros, pero muy cerca. El objetivo máximo del capitalismo neoliberal ha sido alcanzado exitosamente, y ya ni siquiera lo más íntimo nos pertenece: hay aplicaciones en las que la gente pincha en un botón verde si le gusta la fotografía de su ligue deseado y en el botón rojo si no es esa la persona que gusta.

El fracaso de la izquierda a la hora de proponer un modelo alternativo al del neoliberalismo deshumanizador es tan flagrante que incluso en los peores momentos de la reciente crisis económica ha sido incapaz de poner en jaque un sistema que ha arrasado las vidas de millones de personas en todo el mundo.

Lo peor y lo mejor de este fracaso internacional y colectivo de la izquierda es que nos obliga a interrogarnos, a cada uno de nosotros individualmente, qué podemos hacer para salvar la sociedad de este delirante sistema inhumano que solo nos promete que podremos seguir comprándolo y vendiéndolo todo, incluidos nuestro cuerpo y nuestra alma.

La única respuesta posible a corto plazo, ante el fracaso de las organizaciones sociales, es repensar nuestra propia ética individual, y reconstruirnos con nuestras propias manos. Preguntarnos si somos lo que queremos ser o si, por el contrario, somos las ovejas eléctricas de Dick o las naranjas mecánicas de Kubrick, satisfechamente entregados a nuestros amos.

*Licenciado en Ciencias de la Información.