Hay gente que, al acabar las vacaciones, se queja del cansancio que le han producido los días de asueto. Bendito cansancio, pensarán quienes, por desgracia, no podrán darse el gusto de abandonar los deberes cotidianos por unos días, o que viven en un estado de permanente inactividad laboral no deseada.

El caso es que lo de las vacaciones, para mucha gente, acaba requiriendo de unos días de descanso hogareño, y, como no hay más días de los que tirar, los disfrutones llegan al curro más cansados de lo que se fueron. Y da igual que hayan estado pateándose una ciudad del extranjero, haciendo un circuito cultural, ‘playeando’, o visitado a la familia en un pueblo o una ciudad alejados del domicilio habitual, que, a la vuelta a casa, mucha gente llega galgueando y deseando poner todo en su sitio para volver a la rutina diaria.

Habrá quien diga que lo de quejarse por las vacaciones ya es quejarse por quejarse. Y no le faltará razón, porque cansarse de pasar unas vacaciones es como molestarse porque la vida te sonríe. Pero el ser humano es como es, y hasta de lo mejor se acaba hartando.

Realmente, los que se quejan de lo cansado que es vivir de vacaciones no se quejan de las vacaciones en sí, sino de lo que hacen durante las vacaciones, que, a veces, sí es algo cansado, pero infinitamente menos que segar o trabajar al sol en un andamio.

Que sí, que, a veces, se hace más ejercicio físico de lo habitual, que se come en abundancia y a deshora, que se abandona el hábitat de lo cotidiano, y que se pasa mucho más tiempo con parejas, hijos y familiares, con las fricciones naturales que ello puede propiciar.

Pero que, con todo, estar de vacaciones es una bendición. Y que hay que intentar exprimirlas al máximo, sin prisa, pero con la conciencia de la fortuna que tiene quien se puede permitir hacer, en esos días de tiempo libre, un poco lo que le dé la gana.

Yo trataré de hacerlo, y espero que ustedes lo consigan. Nos encontramos en este mismo umbral, Dios mediante, en septiembre. Felices vacaciones.