En estos tiempos de vacuidad y simpleza no están bien vistas las canas y las arrugas. Sin embargo, la vejez no es un fracaso, sino un logro. Llegar a viejos significa que se ha superado la efervescencia juvenil y las duras pruebas de la vida. Pruebas y experiencias del camino que nos han ido forjando como el metal que pasa por la fragua y las manos del herrero.

No, los viejos no siempre estamos enfermos o chocos, ni somos objetos en desuso que haya retirar al desván. Todo lo contrario. Una sociedad inteligente no debería desaprovechar la experiencia y la sabiduría acumulada durante una larga vida. Las sociedades antiguas sí sabían respetar y valorar a sus mayores. Para los jóvenes de entonces, los viejos eran sabios y filósofos a los que recurrían para la resolución de conflictos y recibir asesoramiento y consejo.

La jubilación no es el final de la vida útil de una persona, sino el inicio de una etapa intelectualmente enriquecida que ni la sociedad ni los políticos saben aprovechar. Para empezar, pongamos un viejo en cada casa, en cada colegio, en cada hospital, en cada bar, en cada plaza, en cada empresa, en cada debate, en cada partido político, en cada gobierno. «Buey viejo mal tira, pero bien guía».