El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, asumió el pasado día 10 de enero un nuevo mandato presidencial para el periodo 2019-2025. Este nuevo periodo presidencial ha sido rechazado por muchos países, sin presencia de países europeos, y lo que es más duro, sin una receptividad de otros mucho más cercanos de su ámbito geográfico. La sombra de unas elecciones carentes de legitimidad ha sobrevolado esta decisión de multitud de estados en el rechazo a su toma de posesión.

Ya en su día el pleno de la Eurocámara, en mayo pasado, por amplia mayoría, se aprobó una resolución que rechazaba las elecciones presidenciales, anticipadas del 20 de mayo en Venezuela, además de pedir una suspensión de las mismas. Referida resolución, que obtuvo 492 votos a favor, 87 en contra y 77 abstenciones, condenaba «de manera enérgica» la convocatoria de elecciones presidenciales adoptada por la Asamblea Nacional Constituyente, con el respaldo del Consejo Nacional Electoral. Las razones esgrimidas por esta cámara de representantes estaban argumentadas en el hecho de que la Unión Europea solo reconocerá unas elecciones que estén basadas en un calendario electoral viable, sean acordadas en el contexto del diálogo nacional con todos los actores y partidos políticos relevantes, y en las que se cumplan unas condiciones de participación equitativas, justas y transparentes. Y en esta situación se insistió en relación a los presos políticos, y la inequidad de un Consejo Electoral que diera garantías reales a ese proceso electoral.

La realidad es que estamos hablando de un dirigente que ha sometido a su país a un proceso totalitario, con capacidad para desacreditar sus propias instituciones. La población empobrecida, con falta de recursos y medios de primera necesidad sigue estando sometida al espectáculo de un dirigente, que merece el reproche de la comunidad internacional. Un reproche sobre situaciones de subsistencia ante todo tipo de escaseces. A todos los niveles. En su toma de posesión se describe a un mandatario agolpado por la fuerza de un sistema de falta de libertades y de añoranzas del pasado.

Que utiliza como hilo argumental el discurso de la deslealtad del que piensa diferente, y de la represión del que se atreve a accionariar frente a la barbare de un régimen que, al mismo tiempo que se desangra hunde a su población en la más absoluta de la miseria. Recuerdo hace un par de años en la zona de frontera con Cucuta -Colombia- cómo grupos de organizaciones civiles atravesaban la frontera a por suministros farmacéuticos de supervivencia frente a la represión de un sistema.

No es presentable seguir insistiendo en el patetismo de este dirigente, que a golpe de decretos y de presos políticos conforma un sistema de estado consustancial a la falta de libertad. No se puede seguir representando así mismo frente al empobrecimiento de sus conciudadanos, y que ellos sirva de coartada de bienintencionado régimen.

Europa debe proteger a esos ciudadanos, y no tanto a estos dirigentes, a los que debe de reprobar en todo tipo de escenarios internacionales, no caben más regímenes dictatoriales a costa del empobrecimiento y de la falta de libertades de sus ciudadanos. No se puede seguir usando el viejo argumento del mal que preveo venir, y dejar que presidentes como Maduro merezcan ser aupados al poder a costa de la inoperancia de una Comunidad Internacional que se reclina frente a la indignidad.