No, no hablo de la archiconocida camiseta de la selección de Brasil. Esa "verdeamarelha" que han portado excelsos peloteros, y que curiosamente, no fue la equipación originaria de Brasil (sustituyó a la tradicional blanca tras el desastre en el que los brasileros perdieron su mundial en casa contra Uruguay en 1950, lo que es conocido como el "Maracanazo"). Pero sí, sí hablo de colores futbolísticos. Hace unos años, aficionados del Manchester United inglés decidieron protestar contra la compra de su equipo por parte de un grupo inversor estadounidense, encabezado por Malcom Glazer .

Y lo hicieron con una muda pero colorida reivindicación: abandonaron las bufandas con los colores del equipo (rojas) y empezaron a ir al mítico Old Trafford ataviados con unas de colores verde y amarillo. Ese era el color de la camiseta que llevaban los "diablos rojos" cuando aún eran un equipo amateur --formado por ferroviarios-- llamado Newton Health, adoptando los colores de su alma máter, el colegio San Patricio. Una protesta nostálgica y henchida de orgullo histórico. Una reacción a la adquisición de un club en 2005 por un Glazer que jamás había pisado el estadio de su nuevo club (poco lo ha hecho después de todas formas) y que ha tratado al United como lo que realmente significa para él: una empresa más dentro de sus inversiones. Y que para rentabilizarla ha tomado decisiones que poco o nada tienen que ver con la pelotita y la portería.

Por ejemplo, nada más comprar el club procedió a aumentar su endeudamiento (típica jugada empresarial de apalancamiento operativo) y, pese a los fondos inyectados, aún no ha generado beneficio alguno (no se crean: eso es también es habitual). Todo ello ha provocado que el verde y amarillo sea tan común como el rojo de la camiseta en el "Teatro de los Sueños" (como se conoce a su estadio).

XNO DEJAx de ser romántico el gesto de los hinchas contra el rodillo del dinero. Gesto que, por cierto, ha superado con mucho las estrechas fronteras de los graderíos de Manchester. El más romántico de los clubes españoles, ese Atleti que besa el escudo en la ribera del Manzanares, ha visto cómo sus gradas acogen el "movimiento verdeamarillo". Cansados de una gestión, digamos, interesada por los dueños del club, que parecen tener a los hinchas al final de su lista de prioridades, han abrazado el verde y amarillo. Todo ello dentro de una liga que pierde competitividad por un injusto reparto de los ingresos televisivos, y que pertenece a un país en crisis en los que los clubes, sin embargo, sitúan alegremente el precio de sus entradas en un excluyente rango cercano a los 100 euros por partido. El verde y amarillo se ha convertido paulatinamente en una suerte de resistencia a la imparable invasión de mercadotecnia, gurús del marketing y palcos VIP.

El fútbol, ay, les guste o no, es en cierto modo reflejo de nuestro tiempo. Ahora muchos se quejarán de que voy a usar al trivial, tribal, vulgar y omnipresente fútbol como representación de la vida. Pero recuerden que, ni más ni menos, fue Albert Camus quién dijo aquello de "todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol". A mí no me parece mal que me rebatan, pero a Camus se les va a hacer más difícil justificar la refutación. Ustedes verán...

Asumo que voy a lanzar preguntas para las que ni yo mismo tengo respuesta. O si la tengo, ahora prefiero resguardarla. Teniendo en cuenta que la crisis económica fuerza a pensar más en la supervivencia que en otras veleidades, ¿está todo en venta? ¿De verdad todo --todo-- tiene un precio fijado o por establecer? Siguiendo el símil futbolero, ¿se alegrarían los cacereños de que apareciese un magnate qatarí, un petrolero venezolano, un fondo de inversión americano y comprase el Cacereño? Supongo que arreglaría lo del césped, claro, pero no siempre estas aventuras tienen un final feliz. Ejemplos hay, y son de sobra conocido. ¿Mediríamos con ánimo empresarial lo que es claramente una pasión, un sentimiento? ¿Sacrificar a largo por disfrutar a corto?

Supongo que la respuesta es complicada. Estimo que es prácticamente imposible hacer el ejercicio de imaginarnos justo en ese momento en el que firmas con sangrante pluma la venta de tu alma al diablo vestido con Armani. Pero es interesante aún plantearlo... no se quejen, que hoy tocaba hablar de Draghi . ¿He dicho vender?