TEtstaba Jaime viendo el telediario cuando aparecieron unas imágenes de doña Letizia en un acto oficial. Inmediatamente llamó a su esposa como suelen hacer gran parte de los maridos españoles: "Oye, mira qué bonito es el vestido de la Letizia". En qué hora se le ocurriría. Primero la consabida bronca: "Es que no tengo nombre. Me llamo Pilar, no oye ". "Bueno, que mires lo precioso que es el vestido". "De manera que nunca me dices a mí si te gusta el vestido que llevo puesto, ni siquiera te fijas en él y ahora... Si es que todos los hombres sois iguales". Escuchas esa frase y lo menos que puedes hacer es mosquearte: "¿Pues a cuántos hombres conoces tú para decir que todos somos iguales?". Ella seguía indignada o se lo hacía: "No cambies de conversación. Que cuando no te interesa lo que digo enseguida cambias de conversación". Porque tú cambias de conversación pero ella nunca jamás. Pero si a mí me interesa que los vestidos de la Leti sean bonitos. "¿A ti? Claro, como sólo te interesas por los vestidos de las demás, que las miras de arriba abajo, pero no por el de tu mujer". "Nada de eso. Si precisamente lo que miro es lo que no cubre el vestido. Pero el de la Leti sí porque ya que lo compra con mi dinero por lo menos que sea bonito". "¿Qué quieres decir? ¿Qué yo lo compro con tu dinero y encima es feo?". "No, mi amor. Tú lo compras con tu dinero y es precioso. Y de una vez por todas, ¿te gusta o no te gusta el vestido?" "No está mal, pero ese ya lo llevó el otro día. Y la cuelga un poco".

Ya desde la cocina: "Qué mal repartido está el mundo. Tú viendo los vestidos y yo fregando los platos". Jaime dio en ese momento una clase práctica de sordera selectiva.

*Profesor