El triunfo del proeuropeo Boris Tadic el pasado domingo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Serbia supone un gran alivio para la diplomacia de la Unión Europea (UE), que lo había apoyado con energía y preocupación. No obstante, la precaria mayoría del vencedor (logró exactamente el 51% de los votos) frente a su contrincante, el candidato ultranacionalista Tomislav Nikolic, pone meridianamente de manifiesto hasta qué punto los ciudadanos de la república balcánica se muestran divididos sobre el futuro de su atormentado país, sobre el cual no ha pasado todavía el tiempo suficiente para haber superado los recuerdos de un pasado vergonzoso, incluido el oprobio de la matanza de Srebrenica, y los apremios de una crisis económica galopante a pesar de los ocho años transcurridos desde la caída de Slobodan Milosevic. La elección presidencial fue planteada por Tadic como un referendo sobre Europa, mientras que Nikolic abogaba por una estrecha alianza eslava con Rusia.

La apretada victoria --no obstante haberla conseguido con una participación del 67% del censo, la más alta desde la marcha de Milosevic del poder-- subraya que el reelegido presidente Tadic deberá superar grandes obstáculos si quiere cumplir con sus contradictorias promesas electorales: porque por un lado ha tratado de hacer compatible la prometida incorporación a Europa pero, por otro, intenta lograrlo sin someterse a la vejación de aceptar la pérdida inminente de Kosovo, la provincia de mayoría albanesa y musulmana que se dispone a proclamar unilateralmente la independencia con el respaldo de los Estados Unidos y la gran mayoría de los países de la UE. En este sentido, el sentido de la votación está clara porque los intereses inmediatos de los serbios pasan por acceder cuanto antes a la ayuda económica europea para salir de la pobreza y la marginación. Intereses que acabaron por imponerse a los sentimientos nacionalistas vinculados a Kosovo, la provincia que consideran como cuna de la cultura y la religión serbias.

El futuro inmediato es de una complejidad extraordinaria y exasperante. La Unión Europea pretende enviar una misión civil a Kosovo para preparar el advenimiento de la independencia, pero no podrá lograr el respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidad, debido al veto ruso, lo que levantará serias dudas sobre la legalidad de la operación. Tampoco podrá prevenir los conflictos que surgirán en Serbia entre el presidente Tadic y el primer ministro, Vojislav Kostunica, menos europeísta y más nacionalista. Por si fuera poco, el efecto de contagio en otros países de la zona con minorías irredentas, como Bosnia y Macedonia, se antoja imprevisible, lo cual no auspicia un futuro tranquilo, porque en cuanto declare la independencia Kosovo, primer Estado musulmán de Europa, la estabilidad de los Balcanes volverá a estar en entredicho con el problema estratégico añadido de la ambición de Rusia de asomarse al Adriático.