En su tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia escribió que este género siempre narra dos historias. Su observación se desprende de una nota de cuaderno en el que Chéjov consignó la anécdota de un hombre que gana un millón en un casino de Montecarlo y al llegar a casa se suicida. La paradoja del cuento está en lo imprevisible de su resolución. Lo lógico --si encontramos lógica en el suicidio-- es matarse por perder hasta la camisa, no tras hacerse millonario jugando a la ruleta.

Confieso cierta fascinación literaria por esas personas que son puro cuento y que, por tanto, encierran dos historias en su interior, una de ellas ilógica.

Emmanuel Carrere relata en El adversario la decadencia de Jean-Claude Roman, una persona real que engañó a todo el mundo (familiares, amigos y compañeros), haciéndoles creer que era un médico de prestigio cuando lo cierto es que nunca había tenido trabajo ni había cursado carrera alguna. Antes que revelar a sus familiares su impostura, antes que confesar que era un ser de ficción, prefirió asesinarlos.

Igual de ficticia es una de las vidas del padre de Nadia, la chica afectada con una enfermedad rara. Este trilero ha amasado una pequeña fortuna aprovechándose de la buena voluntad de quienes creyeron su relato, sembrado de curaciones imposibles que les llevaron incluso a una cueva de Afganistán.

El cuento pergeñado por el padre contenía, a la manera de Piglia, dos historias: una verdadera (la enfermedad de la pobre niña) y otra falsa, urdida para desbancar el casino de los corazones de numerosas personas que creyeron en su dolor, y cuyas donaciones sirvieron no para pagar un tratamiento mágico sino para comprar relojes de lujo, armas y drogas.

De Jean-Claude, del padre de Nadia o del personaje de Chéjov nos interesan no sus vidas domésticas, sino las otras, las oscuras, esas que han sobrepasado los límites de lo real para hacerse literatura.

* Escritor