En su divertida novela Maestros antiguos, Thomas Bernhard se burla de los escritores que se embarcan en giras literarias, para «leer públicamente por todas partes su basura» aunque ésta no interese a casi nadie. Las editoriales lo prefieren, y los autores, salvo los afortunados con agente literario, se ven forzados a ejercer el poco airoso papel de propagandistas de sí mismos. A un amigo poeta que preguntó, desesperado, a un famoso editor «qué tenía que hacer» para que lo publicara, éste le contestó: «Moverte más». Claro, y dar la tabarra en twitter y facebook con ocurrencias a cada diez minutos. Con todo, hay algunos que resisten y renuncian a «venderse mejor» para «vender más».

Un caso así es el de Moisés Mori (Cangas de Onís, 1950), uno de los mejores prosistas de nuestra lengua, y al que mucha gente desconoce. Mori, por donde quiera que se le mire, es un escritor atípico. Residente siempre en su Asturias natal, ha dado muestras de un interés por otras culturas poco común en nuestro país, que siempre anda mirándose el ombligo (compárese la de hispanistas franceses o ingleses que hay con la casi nula aportación española al estudio de esas literaturas).

Así, su obra se nutre desde la literatura rusa (Estampas rusas. Un álbum de Ivan Turgeniev, 1997) a la albanesa (Voces de Albania. Lectura en falso de Ismael Kadaré, 2006), pasando por la alemana o francesa, aunque sería más preciso decir que, para Mori, no importan los países sino las escrituras y las vidas de escritores. El asturiano ha elevado a la alta literatura el género del ensayo biográfico en libros como Escenas de la vida de Annie Ernaux (2011) o No te conozcas a ti mismo (Nerval, Schwob, Roussel) (2015), el último de ellos, dedicado a Benito García Noriega, el director de la exquisita editorial KRK, que siempre ha confiado en él y a Ricardo Menéndez Salmón, amigo del autor y en quien es perceptible su influencia.

El libro trata sobre la vida de tres escritores muy distintos, pero a los que unen vivencias atormentadas y el tener, ellos también, un reconocimiento menor del merecido. Gérard de Nerval, poeta romántico desgraciado donde los haya, y que acabó ahorcándose en uno de los callejones más sórdidos de París, pero doblemente interesante por su libro Viaje a Oriente y sobre todo por los escritos ya en el manicomio, Las hijas del fuego y Aurelia, o la vida y el sueño, que anticipa el surrealismo. Marcel Schwob, escritor que vivió enfermo casi toda su breve vida, anfibio entre los géneros, cuyas obras El libro de Monelle o Vidas imaginarias anticipan las innovaciones que se asociarán con nombres como el de André Gide o Jorge Luis Borges. Finalmente Raymond Roussel, enloquecido perfeccionista, de vida extravagante y enigmático final, y al que no por nada dedicó Michel Foucault su único libro monográfico.

La evocación biográfica de Moisés Mori nos mete de cuerpo entero en las vidas de sus personajes reales, y para ello no duda en salirse de la distancia del biógrafo y soltar la lírica evocadora al describir los últimos días de Nerval: «Llueven rosas. Echa fuego por la boca. Camina en la noche. Camina en su prisión de aire. Lo precede un gato con una antorcha, que exclama cada tres pasos: ‘¡El hechicero, el hechicero!’». Nada más lejos de su pluma que la rancia filología que practica autopsias a autores ya indefensos.