No ha elegido mal momento el Vaticano para reconocer los delitos sexuales de algunos miembros de la Iglesia, levantando la ley de silencio que hasta ahora los protegía y perdonaba (protegerlos era perdonarlos, y al revés). No son delitos solo actuales, recientes, ni son pocos, como se sabe, pero todos se beneficiarán de la indulgencia de la Navidad, que trae la paz a los hombres y el perdón de los pecados, aunque perdonarlos sea olvidarlos (no habrán ocurrido). Y dado que el Vaticano no ha elegido mal momento para reconocerlos, no estará de más reconocerle que ha sabido elegir bien el momento: en parte, porque el exceso sentimental nubla cualquier mirada crítica, y la Navidad es puro sentimiento garrapiñado, pero sobre todo porque volver después sobre lo mismo tendrá una respuesta obvia: oiga, que el Vaticano ya ha pedido perdón, y ha perdonado, ¿para qué seguir con esto?

Evidentemente, la elección del momento no está determinada por el descubrimiento de los delitos, ni siquiera al modo cínico del capitán Renault en Casablanca: «¡Qué escándalo, aquí se juega!». El Vaticano decide reconocer la existencia de esos delitos porque el papa Francisco cree que la justicia de Dios es insuficiente en estos casos y porque considera que la Iglesia está obligada a dejar de tratar como pecado lo que en realidad son delitos. Y decide reconocerlo ahora, antes de Navidad, porque de algún modo debe suavizar el vergajazo que supone reconocer públicamente no solo que en la Iglesia se han cometidos y se cometen abusos sexuales por parte de religiosos de todas las instancias y jerarquías sino que además vienen encubriéndose e incluso negándose desde que San Pedro puso la primera piedra, seguramente. Aunque este reconocimiento del Vaticano sea un acto de contrición para expiar la conciencia y obtener el indulto social, lo cierto es que no lo será realmente mientras los culpables no pasen por la excomunión (los ya muertos) o por las leyes de los hombres, los que aún viven.

Pero esta noche nace el hijo de Dios. ¿Qué necesidad hay de emponzoñar el alma con las pequeñas miserias de los hombres?

* Funcionario.