XSxesenta víctimas. No 27, ni 32, ni siquiera 47, 60, a 12 de julio de 2004. Y esta cifra representa la punta del iceberg de un un problema que nos atañe a todos.

Para saber cuántas mujeres y menores mueren al cabo del año, a mano de sus esposos, parejas, padres y demás alimañas, sólo hay que preguntar, por ejemplo, al doctor Lorente, médico forense (Universidad de Granada). El les podrá dar detalles en torno a las más de 300 mujeres que no aparecen en las estadísticas que se dan a conocer cada final de año, coincidiendo con la bonita Navidad, y que también han sido víctimas de la violencia de género, pero que, claro, sus muertes han pasado por naturales, por suicidios, o se han producido a los tres meses de sufrir la definitiva paliza.

¿Todavía existe alguna duda de la necesidad de una ley integral contra la violencia que se ejerce hacia las mujeres? ¡Pues claro que sí, por favor!, ¡cómo no!, ¡estaría bueno!

Fue mostrar el gobierno de la nación su voluntad férrea de seguir adelante con la elaboración de esa específica ley y de inmediato se pusieron pegas desde diferentes sectores de opinión, por parte de particulares, intelectuales y decanos de no sé dónde.

Por ejemplo, los doctos miembros de la Real Academia de la Lengua, airados, llamaron la atención en torno a la denominación que habría de tener la ley.

Los medios de comunicación vertieron en sus soportes la cantidad de señoras que denunciaban en falso a los buenazos de sus maridos. Los juristas, algunos incluso de reconocido prestigio nacional e internacional, disertaban sobre el agravio comparativo que podía surgir de una ley que protegiera sólo a las mujeres, que también los hombres sufrían malos tratos, ¡jo! Asociaciones de mujeres se ponían de parte de un familiar que había sido condenado en sentencia firme y acusaban a la esposa de éste de manipuladora, incluso con firmas recabadas, no sólo del pueblo sino de la comarca entera.

Aquí nos conocemos todos, decían, y por cierto, qué gusto de comarca donde, al parecer, ningún hombre ha puesto la mano encima a una mujer. ¿Se conocerán lo suficiente? No quiero olvidarme, por supuesto, de viejos dramaturgos con vocación de camilojosecela, que nos recuerdan a las mujeres lo pesada que somos y lo molesto que es para ellos cuando nos ven esperándolos a la puerta de las tabernas y que esto debe ser cosa de la edad, ya que ven pistolas en las manos de directoras de institutos de la mujer y no en la de sus coleguitas de género a la salida de las mismas tabernas.

En fin, nadie que haya sufrido accidentes caseros se siente agraviado si se dictan normas específicas para parar la sangría que suponen los accidentes de tráfico. ¿Por qué nos rasgamos las vestiduras cuando se pretende parar la matanza sistemática de mujeres a manos de hombres?

*Presidenta de la Asociación de Mujeres Progresistas de

Badajoz