Los virus del populismo y el nacionalismo, unidos o por separado, pueden acabar destruyendo los sistemas democráticos de medio mundo. Han penetrado en cantidad de países, a través de nuevos partidos políticos e introduciéndose en organizaciones de honda tradición. Y, poco a poco, están consiguiendo ensuciarlo y corromperlo todo. Sea cual sea su tendencia, siempre proceden del mismo modo. Prenden la mecha de polémicas inexistentes. Reparten carnets de pureza ideológica. Pervierten el sentido de las palabras. Se empeñan en anular cualquier atisbo de disensión. Apelan a los sentimientos y las emociones para sepultar a la razón. Secuestran símbolos y banderas. Pulsan las más bajas pasiones. Siembran el temor a lo desconocido. Dividen a la población y enfrentan a unos segmentos sociales con otros. Zahieren violentamente a los rivales políticos. Deforman y manipulan la realidad para moldearla y que sirva a sus propósitos doctrinarios. Se adueñan de lo que pertenece a todos y lo presentan como patrimonio propio. Aborrecen la libertad de pensamiento. Atentan contra la libertad de expresión. Obstaculizan la libertad de acción. Promueven el domino férreo de lo público. Se entrometen en los aspectos más íntimos de la persona. Amenazan consensos básicos. Utilizan el dolor y las desgracias ajenas para alimentar sus discursos. Desconocen el detalle de las materias, pero ocultan su ignorancia tras grandes dosis de arrojo y desvergüenza. Presentan soluciones sencillas para solventar problemas complejos. Son enemigos de la propiedad y el mercado. Cuestionan a los agentes de los poderes del Estado cuando ejercen sus funciones con rigor e independencia. Movilizan, frecuentemente, a huestes leales expertas en la práctica de ejecuciones sumarísimas en el paredón de las redes sociales. Cuestionan la práctica del periodismo. Inventan conspiraciones insondables. Se rodean de avezados propagandistas. Justifican comportamientos totalitarios. Y un millar de cosas terribles más que contribuyen a convertir a nuestras sociedades en un espacio dominado por una polarización enfermiza en la que aflora lo peor del ser humano. De ahí que no podamos sino concluir que, o rectificamos el rumbo, o repetiremos las peores estampas de la historia -no tan lejana- de la civilización occidental. H*Diplomado en Magisterio.