Por las circunstancias especiales de mi centro, empezamos mañana las clases. Después de un verano extraño que empezó con optimismo y acaba con un pesimismo al que por naturaleza y por espíritu de supervivencia me resisto, tengo muchas ganas de volver, de ver a mis alumnos, de ponerme la mano en el corazón como dice la OMS aun a riesgo de ser cursi y sonreírles con los ojos por encima de la mascarilla para prometerles apoyo y dárselo. Lo único que tengo para ofrecerles junto con mi pasión por los libros y las ganas de transmitírsela.

La esperanza vana de que la batalla iba a ser corta y la victoria rápida hace tiempo que se diluyó entre rebrotes, contagios e informaciones televisivas que quisiéramos creer alarmistas y a las que el tiempo va dando la razón. El virus se contagia más y más y los expertos auguran un octubre y noviembre cruel, mientras cada día es más complicado creer a nadie pues ni en las cifras de fallecidos, ni en las fechas de las vacunas, ni en su efectividad hay acuerdo. Mientras, nuestros dirigentes siguen enzarzados en batallitas inútiles, en comisiones de investigación inútiles, en marrullerías inútiles, en escurrir el bulto. Todo son vetos, vigas en el ojo ajeno, paja en el propio y propaganda burda.

Yo no quiero que en la enseñanza nos pase lo mismo. Quiero aprovechar el tiempo que pueda de enseñanza presencial, aunque llamar presencial a impartir una clase vestida de astronauta es un reto al que no puedo decir que esté deseando enfrentarme. Con toda la prudencia, higiene y distanciamiento, habrá que hacer un teatro sin público, así que será ideal grabarnos individualmente y potenciar la expresión facial y la mímica o la danza con mucha música y muy poco espacio. Y en Literatura recitaremos poesías subidos en las sillas con la mascarilla puesta y lanzando a Neruda o a Quevedo hacia el techo para que sus mágicas palabras hayan ya perdido los aerosoles malvados antes de descender hacia la tierra.

Convertiremos esos días de aciagos en plenos. Por obligación y por placer.

*Profesora