Un senador ha votado por Bisbal y Losantos para el Consejo de Administración de RTVE. En el congreso, un diputado votó a Lauren Postigo. Y Bob Esponja ha aparecido en una papeleta durante la sesión plenaria extraordinaria para la nueva votación de RTVE que ha tenido lugar en la Cámara Baja. Una juerga. Un patio de colegio. Una elección de delegados en una clase de los pequeños, a principios de octubre, con el calor aún golpeando las ventanas medio abiertas, la una y media en la sesión de tutoría, qué ganas ya de ir a casa y encima la profesora nos pide que escribamos el nombre del que nos va a representar todo el curso. Pues no me da la gana. Escribo Bisbal. O Bob Esponja. O tonto el que lo lea.

Qué risa cuando abra la papeleta Ana Pastor, con gesto serio, y vea la gracia que he escrito. O cuando el vicepresidente, Pedro Sanz tenga que leer el nombre del cantante. Las neuronas adolescentes a punto de ebullición, qué rollo esto de estar aquí encerrado votando no importa qué cosa.

Mira qué careto han puesto todos. Una juerga, ya digo. De las de comentar en el bar al lado del instituto o del Congreso, entre cañas. Qué fuerte, tú. Qué risas nos hemos echado. Y la Ana Pastor, qué temple. Lo ha leído sin pestañear. Solo que ya han pasado unos añitos de todo esto, de cuando era normal, si es que existe algo normal, tratar de hacer la gracia de reventar una elección de delegado, porque sí, porque se trata de llamar la atención a cualquier precio. O porque aún no han madurado los votantes, y eligen al más juerguista, o a Bob Esponja y Patricio, porque es viernes, última hora, y no tenemos ganas de andar pensando en lo que ha costado que podamos votar. No me vengas ahora con clases de historia, que esto es tutoría. No nos cuentes lo que hay detrás de cada papeleta, cada lucha, cada muerte, cada pelea para que, por ejemplo, la mitad de la clase que sois mujeres, podáis votar. Y tener representantes, y sugerir cambios y protestar y participar en las decisiones. No nos vengas con batallitas. La diferencia es que los alumnos tienen toda la vida por delante para aprender y madurar, y darse cuenta de lo que es serio y de lo que puede tomarse a risa. Y la diferencia también está en que los alumnos no cobran por hacer imbecilidades, ni reciben dietas para votar a un dibujo animado. Y por último, los alumnos no son nuestros representantes, los que deben votar o aprobar cosas tan graciosas, como las leyes de educación o de sanidad o los presupuestos del estado, esas nimiedades de las que tanto nos reiremos en el bar de al lado, con la sonrisa descerebrada del gracioso de la clase, y el aplauso de los que siempre le jalean. Qué más da que el idiota de turno no tenga ni edad ni cabeza para andar escribiendo sandeces que insultan a las personas a las que representa. Entre Bob Esponja y él, yo no tengo duda. Prefiero un dibujo animado antes que a un inmaduro sin gracia alguna...

* Profesora