Si por lo menos Fernando Alonso fuera de Badajoz. Igual habría una justificación para esas carreras de coches que se llevan a cabo en las aceras del ¿Nuevo? Vivero. ¡Qué pena de estadio! Inaugurado entre olor y loor de multitudes y enguarrado entre loor y olor de orines y vómitos. Símbolo de un club que iba para centenario y que a este paso se quedará en Centenario Terry, mausoleo del calimocho y acera de descerebrados.

Para este viaje yo me quiero volver al Vivero Viejo, a las tardes de tapias desencaladas y goles de Pozo , al esplendor de un viejo marcador de latón y al civismo de aficionados que orinábamos contra un muro pero dentro del tiesto. Yo me quiero volver a la realidad de aquel estadio al que rodeaban seminaristas y fabricantes de leche. Un estadio en el que las únicas barbaridades que vi fueron la de Sansón del Siglo XX arrastrando un camión cargado con arena, a Gopegui discutiendo con la tía de Rodri y al insigne dramaturgo amigo y vecino indignado con un paraguas portugués en sus manos porque Fidel Valle , árbitro heroico donde los hubiera, se acababa de tragar un penalti a Palomo .

Badajoz tiene cinturones que están a punto de acabar con el oxígeno de sus pulmones. Cinturones de ceporrismo, de incivismo, de orines y alcohol que no cinturones industriales ni ecológicos. Desabrocharlos, acabar con ese ahorcamiento imbécil, es tarea de todos. Dos mil perturbados corriendo coches y rompiendo farolas sólo pueden pasar inadvertidos para quien no quiere verlos. Igual cuando oigamos el derrumbe de todo un estadio, nos estremecemos un poquito y le ponemos una multa a alguno de los émulos lerdos de Alonso .

*Dramaturgo