Resulta penoso que todavía sean necesarios textos como el Manifiesto contra el voto xenófobo, firmado por un centenar de profesionales del mundo académico y apoyado por entidades cívicas y particulares representativos de todas las capas sociales, para recordar que no todo vale a la hora de ganar votos y, mucho menos, la incitación de sentimientos xenófobos. Y en este caso es especialmente penoso porque quien ha avivado el fuego ha sido el líder de la oposición y aspirante a presidir el Gobierno, Mariano Rajoy, que en una de las intervenciones más desafortunadas del debate televisado del lunes, y después lo ha vuelto a señalar en Canarias el pasado miércoles, vinculó peligrosamente la instalación en España de hasta cuatro millones de inmigrantes --cerca del 10% de la población-- con la delincuencia y la insuficiencia de algunos servicios públicos requeridos por los ciudadanos autóctonos. Se diría que el PP, representado por su líder, quiso desconocer o, lo que es peor, eludir las cifras referidas a la contribución de los inmigrantes a la economía para pescar en el río revuelto de tópicos malsanos y justificar así su propuesta de contrato de integración.

Es tan absurdo negar que el fenómeno migratorio plantea enormes dificultades de cohesión social como que "nuestra sociedad no ha dado la bienvenida a unas personas de las que tanto beneficio ha sacado", tal como recuerdan los firmantes del manifiesto. De forma que, a fin de no agravar más el problema, debiera estar en el interés de quien aspira a gobernar dar con soluciones que no resulten hirientes para nadie. Siquiera porque el último precedente de xenofobia electoral --la del candidato de la CDU en el estado de Hesse (Alemania)-- cosechó un sonoro fracaso.