TDtesde hace un tiempo, en mí habita el chocolate. Todo lo cubre, todo lo perfuma.

Mi relación con la vida cotidiana es minúscula, por no decir, completamente nula. No alcanzo a distinguir el horario de los colegios del horario de los supermercados, ni sé si las farolas de la calle encienden a las siete de la mañana o los autobuses viajan de madrugada. Por supuesto el tema gimnasio, yoga, Pilates y tal... me parecen de otro mundo. Un horror.

Las conversaciones en la cola del pan, ya ni les cuento, esas en las que al final te enterabas del árbol genealógico de tu familia y la de medio vecindario. En las panaderías ahora se habla de si el perfume a pan tostado se superpone al de la masa de hojaldre o si éste solapa la exhalación de la crema pastelera. Y es que está tan de moda la "aromaterapia", que algunas empresas se dedican a ofrecer gamas de olor según el negocio al que se dirijan. Y sí, existe alguien que llega a tu horno y te vende olor a pan, a azúcar tostada, a miel, canela y ralladura de limón. Un prodigio de engañifa.

Es muy nuestro, esto de vender en frasquitos hasta la misma esencia de los bosques, esencias de papel, de libro recién estrenado, emanaciones de papel de regalo, de pergamino y de papel de periódico. También existe el olor a vainilla para el papel higiénico. Un furor.

Luego está esa otra clase de aromas para avivar los sentidos, por ejemplo, el olor de la menta para refrescar los armarios, olor a lavanda, a océano pacífico, a pino verde, y así, hasta llegar al olor del chocolate para hidratar la piel. Es la caña.

Así, que el otro día, seducida por el cacao, me llevé un tarro de crema al chocolate para untar el cuerpo y no vean el éxito a cada paso que una daba por la calle. Vas dejando ráfagas chocolateadas al cruzar las piernas y me parece el invento del siglo.

XDE REPENTE,x a tu alrededor, todo el mundo dice las palabras mágicas "aquí huele a chocolate" y sabes que por fin, has obrado el milagro de regalar una diminuta fracción de felicidad a tu alrededor.

Dada mi reclusión voluntaria y mi tasada relación con el mundo que late ahí afuera, evito olores incómodos. Por ejemplo... y sé que lo están pensado igual que yo, el olor que se concentra en los pasillos de un jardín de infancia o en los alrededores de un Instituto, con esa concentración de hormonas revolucionadas.

Por suerte, tampoco se me adhiere a la ropa el olor a fritanga de algunos bares, ni el olor a bodega rancia de algunas tabernas.

Tampoco huelo los malos humos de otros tiempos, en que llegabas a casa convertida en pura materia gris de cenicero rebosante de colillas. Ahora huelo a chocolate y eso, me sumerge en un estado placentero de evocación permanente.

Sí, porque mi crema untuosa de olor a chocolate, es una fragancia tibia, casi tangible, como si llevara prendido en la piel gotitas de mousse de chocolate, que brillan en la oscuridad. Pura alquimia para estos tiempos de olor a chamusquina. Deberían ustedes hacer la prueba de encontrar su perfume ideal, igual que buscamos la banda sonora de nuestras vidas. Yo lo hice, porque no soportaba más tiempo a mi lado, gente con olor a gente.

Gente que se pasa el día diciendo "esto me huele fatal", "aquí huele a gato encerrado" "huele que apesta"... Al final acabas metido en un basurero, en una cesta contagiada por manzanas podridas, en un arrabal de vidas desnutridas, en un mercado poco aseado, en la parte de atrás de un Banco o en los bajos fondos del Estado.

Prefiero el bálsamo que emerge de la molienda y el batido de las semillas del cacao. Me acojo a cualquier moción, si pasa por hacer de este mundo un fondant de chocolate. Votaré a cualquier partido que prometa efluvios envolventes de chocolate para sanear las arcas alicaídas de nuestra despensa interior.

Muchos ignoran que la sutileza del hombre más rudo que habitó en la vegetal llanura de las Vegas Altas, un punto de luz llamado Medellín, pasa por la historia del chocolate. Hernán Cortes descubrió las habas del cacao, guardó esas pepitas de oro negro en la bodega del barco, cruzó el Atlántico y desde entonces... el mundo huele a chocolate. Yo te bendigo Hernán.