Este país tan lleno de contrastes, señorial, palurdo, liberal, miserable, tolerante y reaccionario se debate estos días entre la zafiedad y la cursilería. Repare por un fugaz momento el lector --no mucho por no contaminarse-- en el estelar momento que viven las princesas de pueblo y altezas de barrio, lastimosas mujercitas que se asoman a nuestras vidas para mostrarnos en toda su fealdad la parte más vacía, pueril, grosera, inculta y chulesca de un subgrupo marginal que no representa a nadie ni aporta nada, salvo aquello de lo que deberíamos huir como de lava ardiente. Con todo, casi prefiero esta caricatura impostada del pueblo llano en su versión hembra ni-ni, --¡qué asombrosamente machista la utilización de estas personas, ridiculizadas hasta el infinito y más allá precisamente por su condición de mujeres!-- al extremo patológicamente cursi que asoma por la banda opuesta. La noticia de que el mítico musical Hair ha sido denunciado porque los actores fuman en el escenario y ¡en el patio de butacas! indignaría si quedara capacidad para ello mas solo provoca hilaridad incrédula pese a la flagrante evidencia de que la España de Cervantes, Quevedo, Goya, Larra, Delibes y demás genios que omito, en ominosa paradoja, no tiene remedio. Por cargarme de razón escucho que la Junta de Andalucía, tan feminista ella, acaba de editar una guía cuyo coste se desconoce, en la que especifica que la frase "no llores como una mujer" no debe usarse en ningún caso, y debe sustituirse por "no llores pues no tienes motivos para ello". Así se cargan de un brochazo las míticas palabritas de la madre de Boabdil --disculpen ustedes por referirme a semejante arpía--. Estas monjas alféreces, proselitistas de la tontería y el fanatismo, pretenden reescribir la historia censurando lo que a sus enfermizas y acomplejadas mentes les parece mal. Yo como mujer, orgullosa de llorar cuando me peta, reivindico mi derecho a conocer la historia tal como fue. Porque la sensatez es femenino. Aunque a veces no lo parezca.