TFtiel a las tradiciones, la cadena SER brindó ayer su minuto de gloria al casi olvidado expresidente José Luis Rodríguez Zapatero . Fue con motivo del décimo aniversario del inicio de la invasión de Irak, la desastrosa operación militar que el Gobierno de Aznar secundó frente a una aplastante mayoría de la opinión pública española, que consideró que esa guerra era injusta, ilegal e innecesaria. Zapatero, un líder blando que tenía la virtud de caer siempre de pie, tuvo entonces el olfato y, sobre todo, la decencia suficiente para encabezar la oposición a esa invasión, precedida de una inmensa campaña de propaganda impulsada desde la Casa Blanca pese a la escasez de indicios razonables de que Sadam Husein fuera un peligro para la paz mundial.

Sorprende cómo ha cambiado la opinión de los españoles sobre quien fue elevado a la presidencia del Gobierno apoyado en la catapulta de un sentimiento pacifista que se extendió por las calles de las principales ciudades del país ante la ceguera de un presidente que pensó que colocar a España en una quimérica primera división internacional pasaba por dar respaldo a Bush en sus planes belicistas.

Zapatero llegó a la Moncloa subido en esa ola (los atentados del 11-M en Madrid fueron vistos como una consecuencia directa de la política exterior de Aznar) y alcanzó su máximo nivel de aceptación pública cuando ordenó la retirada de las tropas españolas. Ayer en la SER afirmó que Bush le dijo estar "profundamente decepcionado por esa decisión". Ese gesto de oponerse al enloquecido emperador fue el mayor activo de Zapatero.

La pregunta es cómo el líder socialista que había corregido un error histórico frente a las presiones de Estados Unidos pudo acabar siete años después como un pésimo presidente. Fue la crisis económica, sí. Pero también la gestión que de ella hizo su Gobierno. Su capacidad de enfrentarse a los poderosos pareció agotarse en el desplante a Bush y su bandera. Luego faltó ese coraje frente a la banca y los dictados de la Europa del norte.