Son trescientos, como el número de espartanos que resistieron el envite del inmenso ejército de Jerjes I , en el paso de las Termópilas. Decidieron sacrificarse para salvar a la tropas griegas en su retirada.

No creo que sea más fácil el reto de José Luis Rodríguez Zapatero que el del rey Leónidas de Esparta; y las Termópilas, sin duda, fue más fácil de defender que la errática política de Rodríguez Zapatero. Leonidas resistió hasta que la traición dejó la retaguardia al descubierto. Rodríguez Zapatero se ha traicionado a sí mismo.

Lo que pide es que sus trescientos espartanos --diputados, alcaldes, presidentes autonómicos y otros cargos de relieve mayor-- suscriban un pacto de sangre. Sea cual fuere el resultado de la negociación con los sindicatos, los barones socialistas estarán obligados a vincularlo con su propia suerte.

La épica se asienta mucho mejor en la victoria, porque incluso los héroes muertos tienen mejor recuerdo en el triunfo que en la derrota. Pensar en una victoria socialista en las próximas elecciones generales es tener más fe que Esparta y la alianza griega contra los 300.000 soldados del ejército persa. Lo que queda por delante puede ser la inmolación para que desde los restos del naufragio pueda surgir un nuevo partido.

El problema es si se sacrifican para desaparecer o piensan enderezar el rumbo pensando que la derrota todavía es evitable. No estuve allí: pero me imagino que Leónidas arengó a sus hombres diciendo que su sacrificio era por defender un proyecto, no por aplacar a los mercaderes persas.

Desconozco si José Luis Rodríguez Zapatero tiene tanto entusiasmo por quedar bien con Angela Merkel o le queda talento para distribuir los sacrificios proporcionalmente entre todos los ciudadanos. Todavía puede mirar a los ojos y decir: todo esto merece la pena, porque hay luz al final del túnel. Y la factura la vamos a pagar entre todos.