En una mañana, he llegado a recibir más de veinte llamadas y todas para alimentos. Ha habido un aluvión, ha sido caótico». Con estas palabras define Jéssica De Arriba, trabajadora social y técnico del comedor social Casa Betania de Cáritas Plasencia, lo que ha vivido desde el confinamiento, las consecuencias para muchas familias de la ciudad. Porque, según sus datos, el número de familias nuevas atendidas entre marzo y mayo ha sido de 50.

Se pusieron en contacto con el comedor, pero, desde febrero, Cáritas tomó la decisión de mantener el comedor exclusivamente para lo que se había creado, es decir, para personas sin hogar o que viven solas, mientras que optó por derivar a las familias al Banco de Alimentos, que cuenta con numerosas entidades de reparto y a las parroquias de San José y San Miguel, donde Cáritas también hace entrega de alimentos.

Además, De Arriba explica que, durante estos meses, ella y su compañera Pilar Rama, que trabaja en la parroquia de San José, han mantenido mucha coordinación con los servicios sociales del ayuntamiento.

Sobre el perfil de estas familias, explica que «eran personas que habían salido del sistema de prestaciones y habían vuelto a trabajar, aunque fuera unas horillas», pero el confinamiento les ha dejado de nuevo sin empleo. Subraya que se trata de una situación «muy complicada, es más duro anímicamente porque vuelven los fantasmas del pasado y la gente se desespera».

Por eso también están realizando una atención directa, que consiste tanto en ayudarles a pagar facturas como a gestionar la solicitud del ingreso mínimo vital o simplemente escucharles. «Tenemos que ser el brazo de apoyo para que puedan ir hacia adelante, darles un empujón».

Porque la situación no ha terminado y «cada semana aparecen nuevos casos. Es tanto el volumen de trabajo que vamos semana a semana, estamos remando a contracorriente», lamenta.