Europa navega sin rumbo y cada día se encuentra más aislada. Y la victoria de Trump en USA va a acentuar este aislamiento. Nuestro continente ya no es la gran potencia que irradiaba conocimientos y modelos económicos. Ha dejado de ser el espejo donde se miraba el resto del mundo. Es la anciana que no sabe reaccionar ante los avatares que acontecen en el orbe mundial. Hoy, la pérdida de identidad de la UE es un hecho.

La obsesión de los burócratas europeos por la liberalización y la competitividad ha dejado a la mayoría de los sectores sociales expuestos a los embates de los mercados. La disciplina presupuestaria solo ha servido para imponer medidas de austeridad. La moneda única, que se concibió como un gran instrumento de la unidad de mercado, ha mostrado su revés y ha contribuido a acentuar las diferencias entre las economías fuertes y débiles. La desregulación financiera y la laxitud de las políticas monetarias originaron la descapitalización bancaria En estos momentos el cáncer económico de Europa es la situación de la banca de algunos países (Italia, Alemania, Portugal). La quiebra del mercado inmobiliario ayudó a agudizar el problema económico (España). No debemos olvidar tampoco que en la Eurozona existe una unión monetaria sin unión fiscal. De este modo, los países tienen libertad para establecer diferentes políticas fiscales. Esta situación ha provocado un cierto free-riding financiero (Grecia).

La falta de políticas de estímulos está produciendo desafección a la idea de Europa. La llegada de inmigrantes hace aflorar el sentimiento xenófobo. Los populistas se aprovechan de la falta de vigor y dinamismo europeos. Y cuando pensábamos que Europa iba a remontar, se produce la crisis política más importante de su historia: uno de los Estados más fuertes, el Reino Unido, decide abandonar la Unión Europea.

El nuevo estatus creado por esta secesión debe ayudar a sentar los cimientos de una nueva Europa. No es momento de discursos, de frases bonitas para la historia. Es tiempo de actuar.