Poco o nada sabían los vecinos sobre la situación que se vivía en el domicilio del fallecido. Salían poco de casa y nadie subía a la vivienda, recuerdan. "Eran como ermitaños. En 19 años que llevo aquí, he visto al hombre siete u ocho veces; a la mujer, cuatro y a la hija, una, cuando vino a llamar para avisar de que su padre había muerto".

Lo explicaba ayer el dueño del bar colindante con la vivienda, al que le sorprendió la tranquilidad de la hija. "No estaba nerviosa. Le dijo a la policía que su padre había dejado de respirar y había abierto la boca".

También la dueña de una tienda de ropa colindante consideraba que la hija "era un poco rara. Le preguntabas por sus padres y ni te contestaba y no hablaba con nadie". En general, unos y otros destacan que el vecindario apenas les conocía.

Según la propietaria de la tienda, procedían de un pueblo de Avila. "El hombre era el que hacía la compra y salía más, pero la mujer llevaba en la cama enferma por lo menos diez años". Pero todo cambió hace unos meses. "Desde antes del verano no había vuelto a ver al padre, debió caer enfermo y la hija se encargaría de ellos".

Porque los vecinos no conocían a más familia y, respecto a los pocos residentes del mismo edificio de viviendas, señalan que "unos viven en Francia y otra señora trabaja". Subrayan además que, "si llamaban a la puerta, porque no tenían portero, ni abrían y solo bajaba la hija a pagar algún tipo de seguro mensual".