Siempre pagan justos por pecadores. Esto es lo que les ha sucedido a unos 4.600 estudiantes la pasada fatídica semana, al tener que verse obligados a repetir la Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU), que si ya por causas normales no iban a olvidar en sus vidas, ahora menos. Un sueño duro pero alcanzable, convertido en pesadilla. Catorce veces accedieron indebidamente a la plataforma de los exámenes mal custodiados. La informática y este mundo virtual desvela secretos inconfesables que, hace siglos, jamás hubieran sido revelados y hasta se hubieran llevado a la tumba. El rey suspendió su visita porque no quería que desluciera el día. Aún no lo entiendo. Hemos visto a representantes de la Casa Real apoyando de forma humanitaria miles de veces y, en temas tan esenciales como la educación, a nuestros jóvenes les regala su ausencia.

Cuando la impotencia es el único sentimiento por encima de todos y no eres culpable del sufrimiento que te están infringiendo, lo único que te queda, que nos queda como humanos, es la comunicación, eso que nos distingue (cada vez menos) de las bestias. Y dentro de ella, la escucha. Ser escuchados era lo que pedían a través de todos los medios los estudiantes involucrados, cuya única defensa ante esta anormal situación impuesta es la palabra. Gritada, sí, (algunos dieron muestra de poca educación), escrita en manifiestos, llorada a los amigos y familiares más cercanos, y sobre todo callada, porque difícilmente se puede llegar a comprender algo que no se vive en propias carnes y de lo que no tienes culpa. Todo porque, sencilla, triste e indignantemente, alguien no hizo bien su trabajo, o, directamente, no lo hizo.

Han pagado justos por pecadores y la gravedad del asunto no ha hecho esperar las tan injustas como necesarias dimisiones. Así es el sistema y la única forma de mantenerlo coherentemente es depurando responsabilidades.

Como dijo la portavoz placentina en el ayuntamiento «no se juegan la vida, pero sí su futuro» y esta ha sido una de las mayores lecciones que les ha dejado patente, lo injusta que es la vida.

Cuando nada más se puede hacer, escuchar y ser escuchados, al menos, es imprescindible.