A pesar de que el pasado jueves se confirmara oficialmente que Extremadura se encuentra ‘en la segunda oleada de la pandemia’, la cultura, que tanto bien nos ha hecho durante el confinamiento, continúa a día de hoy y a través del teatro y otros eventos, proporcionándonoslo. Aunque sea con la reducción del aforo al cincuenta por ciento como está estipulado. Eso sí, podrá seguir haciéndolo siempre y cuando se cumplan todas y cada una de las medidas sanitarias y de seguridad establecidas por ley, tanto por parte de las autoridades competentes, cuando sea necesaria su intervención, como por los ciudadanos de forma individual y responsablemente, pues ya sabemos lo que les cuesta a algunos cumplir las normas y ser cívicos.

Hoy domingo, dieciséis de agosto, finaliza la 66ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2020 en su cuarta extensión permanente: la amurallada ciudad romana de Cáparra, abierta en 2017.

Ese estratégico lugar en plena ‘Vía de la Plata’, que divide territorialmente los municipios de Guijo de Granadilla y Oliva de Plasencia y cuyo símbolo inequívoco es su tetrapylum: imponente arco cuadriforme, único en España de estas características, epicentro de la ciudad junto al cual se sitúa el escenario, acoge las representaciones de las distintas obras teatrales de dicho festival programadas cada año.

Y es en estos escenarios históricos donde podemos admirar esas estrellas terrestres que nos regalan su trabajo en forma de obra de teatro. Porque el terruño es así, bondadoso. Pero el espectáculo es tan completo, que no sólo disponemos de ellas en el suelo, sino también en el cielo. Y para observarlas tenemos a nuestro alcance recursos como los ‘Miradores Celestes’, las cámaras de alta sensibilidad instaladas en Hospederías como la de Hervás o Jerte o, sencillamente, podemos levantar la mirada al firmamento hacia esos puntitos brillantes en la profunda oscuridad de la noche y, si tenemos suerte, sobre todo por estas fechas, sorprendernos con las fugaces perseidas o Lágrimas de San Lorenzo.

Extremeñas estrellas terrestres, brillando con luz propia mientras las celestes iluminan con la suya la inmensa cúpula astral, para disfrute propio y ajeno, pues se ha convertido en un buen reclamo para amantes del turismo astronómico y cultural, deseosos de contemplarlas tanto en la tierra, como en el cielo.