Ya casi no quedan sucursales de las cajas de ahorros. Han sido sustituidas por ordenadores o, en los peores casos, cerradas a cal y canto.

Hemos involucionado tres décadas. Recuerdo los pueblos en los que he vivido, ninguno mayor de 1.000 habitantes, en donde solo existía la posibilidad de realizar transacciones monetarias a través de un comercial o persona que realizara esa labor, encomendada al alcalde, maestro o secretario, que se suponía disponía de las competencias para custodiar la caja fuerte y llevar a cabo las gestiones administrativas, anotando de puño y letra los movimientos de cada vecino.

Era tiempo de ahorro, otra forma de vida, y las cantidades que se manejaban no eran demasiado grandes y pocas las ocasiones en las que su flujo aumentara debido principalmente a la venta del ganado, o el cobro de la cosecha. Y, salvo acontecimiento familiar o adquisición de inmuebles o fincas, no había grandes dispendios.

Hoy veo cómo en las zonas rurales de nuestra provincia, octogenarios como mi padre ven limitadas sus posibilidades de acción bancaria a dos horas semanales, siempre que vaya temprano a coger la vez y no sea festivo, sin acceso a internet para operar a través de la banca en línea y a quienes emplazan y alargan la solución a sus necesidades injustamente.

También para nosotros es un problema la reducción de sucursales. Obligados a dedicar más tiempo a realizar operaciones que no pueden llevarse a cabo en cajero o por internet y soportar colas de horas. Los problemas crecen cuando quien abrió tu cuenta ya no trabaja en la oficina o la propia oficina cerró y se ha perdido la confianza entre bancario y cliente.

Descendientes de los aquellos píos Montes de Piedad, las cajas de ahorro se crean para fomentar esto, el ahorro. Objetivo difícil en nuestros tiempos y cuyo propósito ha perdido absolutamente el sentido gracias al egoísmo de quienes son capaces de ofrecer productos engañosos a los pequeños inversores, con la absoluta convicción de que sus ahorros crecerán, para luego perderlo.

Por todo, si es que existen posibilidades de conservar algo de lo ganado, habremos de volver al manido calcetín o el bajo colchón, para conservarlo. Lo dicho, hacia atrás como los cangrejos…